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Fue noticia en los últimos días una docente de la Universidad Juan Misael Saracho de Tarija que durante una clase de la materia de oratoria jurídica, nada más y nada menos, lanzó una serie de insultos, amenazas y contenidos discriminatorios contra la dignidad de las y los estudiantes, los cuales desgraciadamente tuvieron que aguantar semejante diatriba.

A pesar de que este acontecimiento llamó la atención de autoridades universitarias, Ministerio de Educación, Defensoría del Pueblo y la sociedad, lo ocurrido es solo un botón de muestra de situaciones similares por las que mucha gente ha pasado y que luego ha recordado en su vida profesional como anécdotas del paso universitario, sea en universidades públicas como también en las privadas.

En las aulas universitarias y actualmente en las clases virtuales que se dan de manera obligatoria por la pandemia del Covid-19, se pueden observar diversas actitudes docentes que distan mucho de todo lo recomendado a nivel pedagógico y didáctico para impartir clases. Quien sufre es el estudiantado, que debe soportar presiones injustificadas, amenazas, insultos, un tratamiento soberbio y degradante, actitudes arbitrarias a todas luces, incluso racismo y discriminación.

¿Qué le queda al estudiante?, solamente callar y aguantarse, porque hay una relación de poder, donde quien es docente cree tener la espada sobre la cabeza de quienes son sus estudiantes, los que se ven impotentes, frustrados, sin considerar además que en cualquier caso la o el docente recibirá el apoyo de sus colegas y directivos.

Por otra parte, otro de los temas muchas veces oscuro y que tiene relación con esta violencia universitaria se encuentra en la corrupción de ciertos docentes. Para nadie son extrañas aquellas historias en las que docentes son protagonistas en la solicitud de dinero o regalos a cambio de notas.

Asimismo, se conocen casos de docentes que pidieron la organización de reuniones sociales con comida y bebida a cambio de mejores calificaciones y, por supuesto, no faltan estudiantes que enterados de las debilidades de quienes les imparten conocimientos, diligentemente preparan estas citas para asegurar sus notas.

Lo anterior nos lleva por supuesto al tema del acoso sexual y el intercambio de notas por favores sexuales. Denuncias de este tipo no faltan en las universidades públicas o privadas y están relacionadas con la escala de violencia de género que vivimos cada día en nuestro país, bajo el sistema patriarcal del que las universidades tampoco han salido.

Es importante señalar en este punto cuán grave es para una o un estudiante denunciar un hecho como este, pues afrontará vergüenza y acoso del mismo entorno de estudiantes e incluso el señalamiento, pasando muchas veces de víctima a culpable del hecho. Tal vez por eso, en infinidad de casos que salieron a la luz pública, no se conoce el destino de las denuncias, quedando por tanto el hecho en la impunidad, puesto que las y los estudiantes generalmente retiran sus denuncias, llegan a acuerdos con quien les agredió o finalmente dejan sus estudios.

No es raro encontrar a universitarios que conocen perfectamente cuáles son los docentes “ojo alegre” o “viejos verdes” como se dice vulgarmente, y que siguen en las aulas de las entidades de educación superior, con el serio riesgo que ello entraña.

Ante los hechos, hace años atrás varias universidades comenzaron a tomar cartas en el asunto, a iniciativa de algunos decanos o directores de carrera, creando oficinas de defensa del estudiantado, que obviamente no fueron apoyadas en muchas ocasiones por los directivos máximos de las entidades y se vieron en dificultades para continuar con su trabajo o, en su defecto, pararon sus actividades de defensa de derechos humanos.

Esperemos que lo acontecido en Tarija pueda nuevamente llamar a los rectorados y consejos universitarios a entender que lo más valioso de una universidad no es otra cosa que su estudiantado y continuar impulsando reparticiones de defensa del mismo. La universidad no solamente es un lugar de capacitación técnica para el empleo, sino el lugar para impulsar las facultades intelectuales y éticas de la persona, para cuestionar con libertad en un entorno respetuoso de la dignidad, igualdad y los derechos fundamentales, para construir conocimiento.

El profesor mexicano Roberto Varela señalaba que la función principal de la universidad es “formar hombres cultos de su tiempo”, aspecto donde el docente juega un papel fundamental de facilitador. Por ello convendría que las diversas casas de estudios superiores también se preocupen no solo de la calidad académica de sus profesionales, que en muchas facultades y carreras deja mucho que desear, sino de la calidad humana y ética de los mismos.

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