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Michel Foucault, en su obra “Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión”, comienza con una cruda descripción de la tortura y ejecución, en 1757, de Damiens, un hombre acusado de parricidio (un atentando en contra del rey, el “padre”). Se lo conduce al cadalso y sufre terribles tormentos (que no detallaremos por lo horrendo) y aun así seguía vivo. Por último, es reducido a cenizas en un muladar. La narración de tan horroroso suplicio e ignominiosa  muerte concluye con el hecho de que un perro insistía en acostarse en las cenizas todavía humeantes del infortunado. Lo ahuyentaban y volvía a acostarse. Todo muy macabro.  

De esta espantosa descripción del suplicio de los cuerpos, Foucault pasa al estudio de los panópticos, las prisiones, lugares donde se cobra errores de comportamiento humano y se confina a los transgresores a un sistema de control, dominación y disciplina. Un siglo más tarde de esas ejecuciones, ya no se tortura a los cuerpos, el castigo se “humaniza”. Ya no se castiga el cuerpo, sino el alma, mediante la vigilancia, las prohibiciones, etc. Pero, como anota Foucault, no deja de castigarse los cuerpos, mediante los trabajos forzados, el racionamiento alimenticio, la privación sexual, los golpes, las celdas, etc.

El control de los demás no se limita solo a las prisiones, sino también se extiende a centros hospitalarios, clínicas de desintoxicación de drogadictos, recintos psiquiátricos, espacios de rehabilitación o reeducación social, y otras dependencias. Posteriormente, la idea del panóptico se aplica a las cámaras de vigilancia, la tarjeta de crédito, el Internet, lugares aquellos donde quede la huella y se puedan imprimir las conductas.

¿En nuestro país, el castigo se humaniza? ¿Ya no se castiga los cuerpos? ¿Ya no se somete a ignominia pública? Asistimos con mucha frecuencia a la aplicación de acciones violentas de un grupo a algunos de sus propios integrantes. Los seres humanos tenemos miedo de una muchedumbre que nos clave amenazadoramente  la mirada, que nos rodee, que nos cerque, que vocifere en nuestra contra. Parece ser claro indicativo de que uno va a ser golpeado y hasta quizás asesinado por esa multitud.

Esa experiencia terrorífica la sufren con frecuencia los disidentes en aquellos enclaves controlados, casualmente, por el MAS. Eufemísticamente, se denominan “autoconvocados” y los medios de información también los citan así.

Los atormentadores que tenemos los habitantes de Cochabamba, como son los bloqueadores del botadero de K’ara K’ara, exigen a sus vecinos, a todos, que se sumen a sus acciones de impedir que se descarguen las casi 600 toneladas de basura diarias generadas en la ciudad; que salgan a las calles en aglomeraciones humanas; que hagan detonaciones de petardos; que elaboren una lista de peticiones cada vez más larga. Han convertido a nuestra ciudad en un panóptico; somos sus prisioneros, sus cautivos.

Entre ellos, hay dirigentes, más juiciosos, que entienden del peligro que entraña para la salud —del vecindario propio— acciones tan peligrosas. ¿O alguien razonablemente prudente aprueba que se salga en muchedumbre, apenas cubiertos por barbijos que son colocados por debajo de la boca, que se vocifere lanzando gotas de saliva? Ya no diremos nada de la acumulación de basura en las esquinas de la ciudad; olvidemos eso.

Pues, hay de estos dirigentes, que obedecen a su sano entender, que intentan velar por la salud de los suyos, en el marco que les garantizaría para su seguridad e integridad física la Constitución Política del Estado, que prohíbe toda forma de tortura. Pero, el 17 de mayo de este año, hubo agresiones al dirigente del Distrito 15, Alberto Poma. La prensa señala que “fue rodeado por la turba y vestido de pollera porque no estaba de acuerdo con las medidas de los bloqueadores”. En los videos que circulan, se observa a Poma resistiéndose a que le coloquen por la cabeza una pollera; lo golpean y superándolo en número consiguen ponerle la prenda de la ignominia.

Nuevamente, el 30 de junio de este año, estos sectores —casualmente afines al MAS— rodearon a dos de sus dirigentes, Luis Alberto López y Carlos Carmona. Otra vez, la acusación fue la misma: no obedecer lo que los “autoconvocados” dictan que se haga. Los increpan por  no movilizar a sus bases para pedir la liberación de tres dirigentes con detención preventiva y no haber convocado a movilizaciones en contra de la cuarentena rígida que se ha vuelto a establecer en nuestro departamento. Rodeados, librados a lo que pueda sucederles, los dos dirigentes son vestidos a la fuerza con sendas polleras y sombreros de mujer. Hay amenazas, gritos, petardos. Aun así, los señores toman la palabra en medio del griterío. Intentan explicar sus acciones.

Uno de ellos, según se ve en un video, alcanza a decir: “Yo he dicho, no estoy de acuerdo. ¿Por qué? Somos de la misma clase, prácticamente, entonces, eso a mí me da esa potestad de hablar en representación de nosotros y no puedo decir, negando una cosa. Para eso, para qué, hermanos, prefiero dar un paso del costado (estallido de cohetillos). Hay gente, en verdad, tal vez mejor que yo lo va a hacer, ¿no? Mientras tengo yo esta población, yo de esto, no puedo negar.  No soy de las personas que tal vez se reúnen con uno y otro y otro. No, hermanos, yo parto de eso”.

Desde luego, en una situación tan amenazante, no se puede hilar ideas claras, pero de lo que se deduce es que intenta decir que ellos son de los suyos, “somos de la misma clase”. Por algo es el dirigente y tiene la atribución de tomar decisiones las más convenientes, “eso a mí me da esa potestad de hablar en representación de nosotros”. Ellos no han estado en contubernios con adláteres del caudillo, “no soy de las personas que tal vez se reúnen con uno y otro y otro”. Finalmente, se rinde: “para qué, hermanos, prefiero dar un paso del costado”. Seguramente, en medio de esa muchedumbre, la esposa y los hijos de los dirigentes ultrajados deben estar ahí están presenciando la terrible escena.

La primera reacción ante el ultraje se ha centrado en la pollera como objeto de agravio social. En los meses que siguieron al fraude electoral, los sectores en convulsión reivindicaron esta prenda femenina, asumiendo que una ofensa a esa prenda (de origen europeo, dicho sea de paso) era una ofensa a la mujer indígena boliviana en su generalidad. Pero, he aquí que los mismos sectores vilipendian la pollera asignándole la condición de infamante. Se castiga los cuerpos de todo disidente disfrazándolo de “mujer de pollera”.

No nos detendremos en esta disonancia, sino en la vigilancia y el castigo. Podían haberles colocado no polleras, sino corbatas, ternos, incluso, collares de serpentinas, no importa. El hecho de hacerles objeto de ignominia, de ejercer violencia simbólica (y corporal, porque los empujaban, los tironeaban, los golpeaban) en forma pública, es una advertencia de lo que le aguarda a todo disidente, a todo rebelde, a quien se atreva a salir de ese panóptico en que se han convertido los bastiones del MAS. Los potenciales dirigentes que pretendan seguir dictámenes de su conciencia, de seguir el sentido del bien común, que intenten el discernimiento propio, lo tienen difícil. Mejor no meterse, mejor dar un paso al costado.

Damiens, el desdichado que fue torturado y arrojado al fuego aún vivo, es una imagen que nos lleva a tiempos deshumanizados, violentos, de extrema crueldad, pero eran castigos institucionales, en nombre del rey. Los dirigentes que son arrojados al fuego de la infamia son objeto de violencia de parte de grupos que actúan al margen de la ley. Y, si de fuego hablamos, una asambleísta disidente, Miriam Vargas, vio arder en llamas su casa por dudar de si ella dio su voto para la ratificación del gobernador potosino, de filas del MAS. Aunque ella explicaba en llanto que sí dio su voto, ante la sombra de una sospecha, le quemaron su casa. El panóptico, hermano, el panóptico, no solo en Cochabamba.

Entre tanto, en K’ara K’ara y en otros sectores, en medio del chantaje, la amenaza y la violencia, la población se ve vigilada; acaso incluso espiada. Cualquier vecino puede ser un soplón, un delator. A la menor acción de libertad de conciencia, el rebelde será castigado, mientras las leyes imperantes en el país —que garantizan la seguridad e integridad a todos sus habitantes— se muestran del todo ineficaces. Si no, pregunten a Alberto Poma, Luis Alberto López y Carlos Carmona, en estado de total indefensión.

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