En medio de la crisis política y social en que vive nuestro país, sucede algo que parece salir de todo libreto. Un grupo de jóvenes de colegio acude al centro cochabambino para reclamar su derecho a descansar, bajo el grito “¡¿Quién se aplaza?! ¡Nadie se aplaza! ¡¿Quién se tira!? ¡Nadie se tira! ¡¿Clases de nuevo?! ¡Huevo carajo!”. Piden aprobar el curso con la nota mínima y que se respete el calendario escolar debido a que “tienen planes para vacaciones”.
Las redes sociales explotan de la risa y de la rabia expresando todo tipo de adjetivos a este puñado de adolescentes. Pero, ¿por qué pudo suceder un episodio tan insólito?
Por un lado, aunque la crisis que estamos viviendo ha despertado la consciencia política de muchos jóvenes en el país, de hecho fueron ellos quienes lideraron la resistencia civil en nuestro departamento, la realidad todavía no ha permeado las consciencias de otros que, tan superficialmente y aprovechando el contexto de protestas callejeras, se animan a salir a las calles a reclamar su supuesto derecho.
La actual crisis política y el protagonismo juvenil tan marcado en este episodio de nuestra historia nos recuerdan que tenemos un compromiso fundamental con la formación cívica y política de nuestros jóvenes y adolescentes. De hecho, las últimas elecciones nos han evidenciado que necesitamos nuevos liderazgos políticos, sangre joven que asuma la conducción de nuestro país.
Durante estos últimos 20 años no hemos visto surgir a políticos jóvenes ni del lado del oficialismo ni del lado de la oposición. Los partidos políticos no han formado nuevos cuadros. Evo Morales no ha permitido que nadie le hiciera sombra y el MAS no tiene una figura política que pueda afrontar nuevas elecciones. Lo mismo pasa del lado de la oposición.
Lamentablemente, la escuela tampoco ha aportado en la formación cívica y política. De hecho, estos años en los que el país ha vivido tan polarizado, hablar de política con sinceridad y serenidad se ha convertido en un acto heroico, puesto que uno podía terminar estigmatizado como “masista” o “neoliberal”, dependiendo del tenor de su crítica. La escuela no ha sido eximida de este ambiente. La formación cívica para los maestros ha sido ideologizada por el Profocom y con esto se ha pretendido dogmatizar el discurso del partido de gobierno. Este hecho, además de atentar contra la inteligencia de los maestros, no ha permitido un debate político abierto y sano.
El discurso masista de intra e interculturalidad ha quedado en la superficie, en una serie de tareas llevadas hasta el folclore en las unidades educativas. Por este discurso, los niños tenían que bailar danzas folclóricas en sus escuelas; reivindicar algunos conocimientos ancestrales y desconocer la historia universal y el mundo que nos rodea.
Todo esto sucedía mientras nuestros niños jugaban juegos en red con chicos de otros lugares del mundo; se convertían en hinchas de equipos europeos porque podían ver sus partidos; participaban en olimpiadas científicas a nivel internacional por interés y méritos propios; y tenían acceso como nunca antes a toda la información necesaria para investigar sobre los conocimientos ancestrales y también sobre los adelantos del mundo moderno.
Por tanto, el discurso cívico e intercultural, tan importante en la formación escolar, cayó en saco roto debido al dogmatismo ideológico con que fue teñido por la reforma educativa.
Hay que reconocer que muchos jóvenes y adultos aprendieron más de Constitución, derechos humanos, política, estrategias de lucha, solidaridad, resiliencia, democracia, etc. en los días de bloqueo que en los 12 años de escuela.
Este hecho debe llevarnos a pensar que la escuela ha continuado desvinculada de la realidad. Y por esto deberíamos volver a preguntarnos qué cosas aprendidas en la escuela nos sirven para la vida.
En la medida en que la escuela esté tan distanciada de la vida real, de los problemas y retos de la sociedad hacia los jóvenes y sus familias, la escuela resultará aburrida para los estudiantes; se convertirá en una pérdida de tiempo y en un requisito demasiado largo para enfrentarse con la vida.
Los chicos salen a las calles porque no quieren ir a la escuela. Si los maestros y las sociedades en su conjunto no reconocemos que la escuela debe cambiar, que debe dar un salto al Siglo XXI, que además debe educar para la vida y formar a las nuevas generaciones en el respeto cívico y en el compromiso político, seguiremos viendo con fastidio y sin entender en el fondo que nuestros niños no quieran asistir a clases.
Por tanto, ¿quién se aplaza? ¿la misma escuela de nuevo?
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