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"¡No vas a tomar esos medicamentos! ¡Te vas a volver adicta! Con un poco de fuerza de voluntad vas a estar bien…".

¿Les resulta familiares esas expresiones? Pues seguramente las habremos escuchado de familiares y amigos con bastante frecuencia. Y desde luego que en la consulta la escuchamos constantemente.

Cuando tenemos un dolor estomacal persistente; cuando sentimos palpitaciones y cansancio continuo; cuando tenemos dolores de cabeza constantes o cuando nos duele cualquier parte del cuerpo, no dudamos en buscar ayuda y acudimos lo antes posible a la consulta médica.

Pero cuando empezamos a sentir desgano al despertar, dificultad para dormir o tenemos mucho sueño, ganas constantes de llorar; cuando nos irritan cosas que antes no nos afectaban; cuando no tenemos ganas de ordenar o limpiar nuestra habitación, no tenemos ganas de trabajar o estudiar; cuando no nos ilusiona el presente ni el futuro, sentimos que nada vale la pena y vemos la muerte como la única salida a ese profundo dolor... o cuando nos invade un miedo intenso a estar entre la gente o a que algo malo va a pasar y el corazón late aceleradamente; cuando sentimos un temblor en las manos o en todo el cuerpo, que no podemos respirar y sensación inminente de que vamos a morir… nos resulta difícil pensar en que necesitamos ayuda, callamos con la idea de que pasará en cualquier momento.

"Pensaba que yo podía controlarlo", es lo que señalan los pacientes que acuden por ayuda cuando ya les resulta insoportable seguir con esas molestias; cuando ven que ya su convivencia familiar, sus actividades académicas o laborales les resultan difíciles de realizar; cuando ven que esos síntomas les está "paralizando" su vida, sus sueños. Y la desesperanza se ha arraigado muy profundamente: "Pienso que así tengo que vivir, no sé lo que es ser feliz, ni creo que algún día pueda ser feliz".  

La idea de que esos síntomas desaparecerán sin apoyo profesional, tanto de las personas que las sufren como de familiares y amigos hace que estos vayan agravándose haciendo que el tratamiento requiera de más tiempo del que llevaría si la intervención profesional se hubiera producido en fases iniciales. 

Esta percepción de que los trastornos mentales, en franco desconocimiento de lo que es el funcionamiento del encéfalo y la decisiva acción de los neurotransmisores (sustancias químicas que transmiten el impulso nervioso de una neurona a otra), hace que dichos trastornos sean vistos desde una posición errónea de que son algo "mágico, una maldición, una cuestión de mala voluntad o de flojera".

Y a ello se suma el miedo a que los psicofármacos producen "adicción". Indudablemente, un grupo de estos medicamentos sí producen dependencia si son automedicados y sin el debido control médico que buscará administrarlos sólo por determinado tiempo. En este grupo están las benzodiacepinas e hipnóticos. Los primeros son usados para controlar situaciones de altos niveles de ansiedad (ansiolíticos) y los segundos para inducir el sueño en situaciones graves de insomnio. Deben ser adquiridos sólo con receta debidamente llenada por el profesional médico.

Pero otros grupos de psicofármacos no producen adicción y aquí están por ejemplo los antidepresivos y antipsicóticos, los que además van siendo perfeccionados con los importantes avances científicos que se vienen dando en las últimas décadas. Sin embargo, también deben ser administrados por indicación médica para determinar las dosis terapéuticas y el tiempo adecuado de su uso.  

Es importante pues ir desmontando los mitos y percepciones erróneas que rodean a los trastornos mentales y que no han hecho otra cosa que perpetuar y agravar situaciones dolorosas que limitan el desempeño de nuestras labores cotidianas e impiden el disfrute de todos los acontecimientos de la vida. Es importante superar la ingrata y peligrosa percepción de que los psicólogos son solo para locos y ni qué decir de los psiquiatras…

Si no nos sentimos inferiores a otros, cuando nos han diagnosticado una diabetes, una hipertensión, un problema renal o una infección sea la que fuere ¿Por qué sentirnos avergonzados si tenemos un trastorno mental? Los trastornos mentales no son signo de debilidad o de castigo. Son enfermedades como muchas otras a nivel somático (corporal) y merecen tanta dedicación profesional para superarlas con dignidad, como cualquiera de ellas.

¡La salud mental no es un privilegio, es un derecho!

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