Dentro de las facetas de la evolución humana, la resiliencia se ha visto acompañada de un imprescindible pilar: la creatividad.
Mientras es difícil definir cuál surge primero, la creatividad y la resiliencia están correlacionadas. Incluso, se ha demostrado que los individuos resilientes poseen un alto nivel de creatividad, lo que a su vez representa, según científicos como el psicólogo maltés Edward de Bono, un alto nivel de inteligencia.
En otras palabras, el proceso de superar constantemente escenarios de adversidad que involucren ejercicios de creatividad, nos vuelve individuos más inteligentes.
Incluso el neurocientífico David Eagleman, en su documental “The Creative Brain” (2019), aborda el fascinante mundo del cerebro creativo.
Todos los humanos poseen una capacidad creativa, una capacidad de imaginar. Y esta misma está presente en más cosas de las que pensamos. Sin embargo, el tener una capacidad y el poder llegar a dominarla es solo posible bajo el ritmo de la práctica, y para ello se necesitan nuevamente dificultades que impliquen salir de zonas de confort, enfrentar nuevos retos y simplemente situaciones complejas.
De manera interesante, Eagleman argumenta que la creatividad no significa crear cosas de la nada, sino, más bien, reusar y otorgar un nuevo ángulo a lo que ya existe. A su vez, explica que crear algo “demasiado nuevo” entabla un escenario de “alto riesgo”, ya que existe una tendencia de rechazo a aquello que carece de referencias y familiaridad con conocimientos ya procesados y almacenados en nuestra memoria previamente.
Dentro de los varios trucos para ser creativo, la intersección de distintas disciplinas implica empujar los límites y generar conexiones únicas o poco usuales. Por ello, mientras grandes problemas requieren de grandes soluciones, las interconexiones inusuales de campos de conocimiento vuelven la creatividad y la resiliencia un binomio inseparable.
Comentarios