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El migrante Osnep te da el cuarto regalo para que aprendas a dejar atrás tus miedos

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Texto, foto de portada y video de Nicole Laura Vallejos y fotografías de Osnep Mora Centeno para Guardiana (Bolivia)

Sábado 24 de diciembre de 2022.-Cuatro miedos lo acechaban cada día mientras permanecía confinado en un minúsculo cuarto de la calle Chorolque, en la zona de la avenida Buenos Aires (La Paz), a más de 3.000 kilómetros de distancia de su natal Venezuela. “Tenía miedo de morir solo; de que mi familia no se enterara de mi muerte, o viceversa; de contagiarme y llevar el virus al lugar donde habitaba y que me culparan por eso, o de ir preso por no tener los papeles de migración en regla”, afirma con la voz quebrada y los ojos enrojecidos, Osnep Mora Centeno.

Tiene 32 años y mide al menos 1.80. Nació y creció en el barrio Cartanal de Venezuela. Posee una licenciatura en Administración con mención en Recursos Naturales y Financieros, concedida por la Universidad Experimental Simón Rodríguez. Su cabello ensortijado parece rebotar como pequeños resortes cada vez que hace un leve movimiento con el cuerpo. Es un hombre de muchas palabras y dueño de un carisma tropical: cálido y alegre. Dos niñas que le llegan a la cintura caminan junto a él. Son sus hijas Joimar, de 12 años, y Zayra, de 10.

En 2017, Osnep salió de Venezuela con una misión específica: reunir mil dólares para costear la operación de su padre, quien padecía de un mal en el brazo izquierdo. “Mi papá sufría de túnel metacarpiano, se le inflamaba el brazo, perdía fuerza, se le caían las cosas, no podía dormir, le producía bastante dolor. Tenía ya años sufriendo eso. Me fui con la intención de conseguirle los mil dólares para que tuviera una mejor calidad de vida”.

Osnep llegó a La Paz el 2 de enero de 2018.

Aquel día, empacó toda su ropa en dos maletas y puso un poco de comida en un bolso de mano. Así comenzó su éxodo, cuenta, con 10 panes “canillitas” (estilo baguette), cuatro latas de atún y una botella de agua de un litro. “Esa fue mi comida durante nueve días”, recuerda.  En su casa, dejó a sus padres y a su pequeña hija Joimar, de 8 años. “Lo extrañé mucho”, interviene Joimar de tez cobriza y una sonrisa colgate.

El primer país al que llegó fue Perú. Pero no le gustó. “No me adaptaba, me sentía abrumado”. Así que se fue a Colombia, de ahí a Ecuador y luego regresó a Perú. Allí un amigo lo acogió durante 15 días hasta que la relación se fracturó. “Le caí mal a la prima de su esposa y me botó. En esos días me tocó dormir en la calle. No conseguí dinero suficiente para comer o pagar un hospedaje. No tenía cómo mandar plata a mi familia. Yo sabía de la necesidad por la que estaban pasando. Traté de dormir en una iglesia a pesar del frío. Me tocó pedir en varias oportunidades”, cuenta mientras baja la cabeza y su tono de voz comienza a apagarse.

“Ni siquiera ellas saben bien todo lo que tuve que pasar para sobrevivir”, relata dirigiendo la mirada hacia Joimar y Zayra.

Después de su zigzajeante recorrido por Perú, Colombia y Ecuador, finalmente el 2 de enero de 2018 entró a Bolivia. Apenas puso un pie dentro del territorio nacional, Osnep supo que su padre de 78 años había muerto a causa de una anemia hemolítica. “Costó atenderlo, no había camas, no había hospitales, no querían atenderlo. Decían que se le estaba bajando la hemoglobina, pero los doctores no quisieron ponerle sangre porque dijeron que iba a ser una pérdida y al final mi papá falleció sin que yo pudiera verlo o darle el último adiós”.

A los pocos días de esa partida sin retorno, Osnep no tuvo más remedio que trabajar para mantenerse a flote. Se tragó sus lágrimas y se transformó en ayudante de cocina, cargador, vendedor de jugos y barrendero. “La vida me enseñó que hay que saber hacer de todo y estar dispuesto a ensuciarse las manos para ganarse el pan de cada día, eso sí, de forma honrada. Mi padre decía: 'Una moneda ganada con el sudor de la frente vale más que cualquier diamante robado'”.

Trabajando, así fue cómo conoció a su actual pareja. Era una tarde de calor de 2018 cuando Osnep montó su puesto de bebidas refrescantes en la calle Max Paredes para vender jugos de tamarindo, maracuyá, mora y frutilla. Un día llegó Pamela Rodríguez y le pidió uno de esos refrescos. “Ella era visitadora médica, de esas que van vendiendo cosas de farmacia. Su ruta era desde el cementerio hasta la Rodríguez. Entonces le coqueteaba, siempre digo que fue al revés; pero hoy voy a contar la verdad, le yapaba para que se volviera mi caserita, tanto fue así que me gané su corazón”.

Osnep comenzaba a echar raíces en Bolivia. Permaneció tres años en La Paz combatiendo el hambre con trabajos esporádicos y luchando constantemente por lograr un mejor futuro para él y los suyos. Pero esos días de leve calma no durarían mucho.

Apenas se decretó el confinamiento por el coronavirus en marzo de 2020, Osnep, que paraba en las calles para sobrevivir, tuvo que encerrarse en un cuartito de 1.80 de ancho por 2.50 de largo, donde sintió el peso de la soledad como un bloque de cemento. Las paredes de ese lugar le parecieron barrotes de una prisión. Los días se le vaciaron y un “juego psicológico” se apoderó de su mente. “Si para ustedes, los bolivianos, fue difícil enfrentar esto, para muchos de nosotros fue 10 veces peor”, subraya.

“Uff”, lanza un suspiro que parece eterno y cuenta: “Para ser sincero, la pandemia fue un tiempo de mucho miedo y zozobra. Más que las necesidades que pude haber tenido, fue el temor a enfermarme y morir, y que a mi madre y a mi hija les pasara lo mismo que me pasó a mí con mi papá, porque yo por lo menos lo pude ver en fotos que me mandó mi familia; pero posiblemente, si me moría aquí solo, ni una foto le iba a llegar a mi mamá para decirle aquí está tu hijo, pronto lo vamos a enterrar. Además en ese tiempo, te ponían en un hueco como un animal y ya nadie sabía de ti, tenía miedo de que algo así me sucediera”.

Para resistir a esos duros momentos, Osnep trataba de imaginar a su padre susurrándole en el oído: “Tienes que ser fuerte, cuídate, lávate tus manos, pórtate bien, no hagas nada malo, no estás en tu país, no puedes pelear con la gente, nadie te va a entender como te entendemos nosotros, cuida a la gente donde vives, trata de ser siempre el primero que se pare para poder ayudar a los demás, cuida tu salud porque tu hija te espera en casa”.

Munido de ese apoyo ficticio, en aquel tiempo, Osnep salía de su pequeña trinchera y barría calles, ayudaba a descargar quintales de arroz y vendía pescado para subsistir. Lo hacía esquivando los controles policiales con el corazón en un hilo.

“Muchas veces rogué a los guardias para poder pasar.  Algunos me ayudaron, otros no, tenía que caminar como en un laberinto. Hoy era por la derecha, mañana por la izquierda y así para que no se aburrieran de la cara de uno. Además, existía el miedo de que me llevaran preso por ser un ilegal”.

Osnep Mora Centeno
Osnep Mora Centeno con sus dos hijas en Bolivia (foto: Nicole Laura Vallejos).

Han pasado ya más de dos años de aquella dura etapa a la cual Osnep llama “una mancha gris”. Hace casi un año, volvió a Venezuela para traer a su hija Joimar y se convenció de que su estancia en Bolivia sería permanente. “Extraño Venezuela, bastante, sobre todo el mar, viví mucho tiempo en  donde la brisa marina te pega en la cara, el sol, el calor, y el poder refrescarte en las playas. En el mar la vida es más sabrosa, pero pienso quedarme acá. Allá uno tiene que privarse de muchas cosas”.

Hoy tiene una familia de cuatro miembros que mantiene trabajando repartiendo pedidos por toda la ciudad en una moto alquilada. También estudia gastronomía y tiene el sueño de abrir su propia cafetería. Después de haber atravesado por todas esas peripecias, afirma: “Esto yo lo aprendí a las malas, por más difícil que sea la situación, hay un mañana, valoren y disfruten lo que tienen, hoy estamos, mañana no sabemos, luchen y amen a su familia. Pase lo que pase siempre va a haber alguien que está peor que uno, si uno  considera que tiene el agua en el cuello, hay otro que ya lo tiene mojándole la frente y sin embargo sigue luchando, no tome las opciones más fáciles, siempre hay manera de seguir”.

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