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Cinco expertas señalan el camino de Bolivia hacia un agro sostenible

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Texto de Wálter Vásquez para Guardiana (Bolivia)

Lunes 22 de abril de 2024.- “Transgénico” es una palabra que puede causar temor o esperanza por su impacto en el mundo, por lo que es parte de un debate general y local que incluye temas de salud, cuidado del medio ambiente y cambio climático. La creciente población global ha aumentado la importancia de esta tecnología en la búsqueda de más alimentos, pero en Bolivia esa urgencia está más relacionada con la obtención de divisas a través de la agricultura de exportación, un objetivo que no se podrá alcanzar sin prácticas sostenibles.

El uso de transgénicos en Bolivia comenzó operativamente con la Resolución Multiministerial N°1 del 7 de abril de 2005, que autoriza la producción agrícola y de semillas, el procesamiento y la comercialización interna y externa de soya genéticamente modificada resistente a glifosato evento (40-3-2) y sus derivados. La norma, aprobada durante el gobierno de Carlos Mesa, fue elevada a rango de Decreto Supremo (28225) el 1° de julio de ese mismo año, ya en la gestión de Eduardo Rodríguez.

Este marco legal y el ciclo corto de producción, resistencia y rendimiento a prueba de sequías de ese tipo de semilla tecnificada denominada Munasqa permitieron la rápida expansión de estos cultivos, tanto así que para el 2020, el 80% de los campos de soya del país estaban sembrados con esta semilla transgénica, según Juan Carlos Coaquira, coordinador de la Unidad de Semillas de la Asociación de Productores de Oleaginosas y Trigo (Anapo).

Desde entonces, fue la única variedad genéticamente modificada en el país. Sin embargo, después cambió la postura del gobierno del MAS que había rechazado entre el 2006 y el 2018 el uso de más transgénicos en el agro, puesto que durante la gestión de Luis Arce se inició la evaluación de los eventos en soya y trigo HB4, tolerantes a la sequía (2022-2023), y se oficializó el interés por la biotecnología, para garantizar la seguridad alimentaria y para la producción de biocombustibles que sustituyan parte de la importación de carburantes.

¿Pero qué son los transgénicos y por qué el debate sobre esta tecnología sigue hoy vigente en el mundo?

La transgénesis, una herramienta de la biotecnología, se basa en la transferencia de uno o varios genes de una especie a otra, para mejorar las características de la especie receptora. A esta recombinación exitosa se la denomina “evento de transformación genética” o simplemente “evento”.

En el agro, “una semilla transgénica cuenta con dos componentes: se utiliza como receptor una variedad de un cultivo con una genética de alto rendimiento y otras características de interés para el productor; y se introduce a esa variedad un gen que le confiera nuevas características como resistencia a insectos, herbicidas o sequía”, resume María Mercedes Roca, científica especializada en microbiología, virología y bioingeniería.

Los conceptos asociados a los transgénicos y la biotecnología misma no son conocidos por la mayor parte de la población y “lo desconocido a veces nos da miedo”, hace notar Solimar Colque, bióloga e investigadora en el Fondo de Mujeres Bolivia, miembro de la Academia Nacional de Ciencias y experta en el campo de biología molecular. “La desinformación es algo que nos hace sentir miedo en todos los sentidos, como cuando estábamos al principio de la pandemia”, rememora.

Solimar Colque, bióloga e investigadora en el Fondo de Mujeres Bolivia, miembro de la Academia Nacional de Ciencias y experta en el campo de biología molecular (foto: archivo Colque).

Cecilia Gonzales, especialista en biotecnología ambiental y gestión de la biodiversidad, explica que la biotecnología es un área amplia y transdisciplinaria. Trabaja con la química, la bioquímica, la medicina, la ingeniería industrial, entre otras, y tiene como una de sus herramientas la transgénesis, un proceso de centurias propio de la naturaleza, pero abreviado por la tecnología.

“En el pasado, los mejores granos eran convertidos en semilla, pero la biotecnología ha acelerado ese proceso de selección natural. Así, hoy tenemos cultivos más resistentes, con mayor cantidad de proteínas o con alguna molécula para su uso en la industria de biocombustibles o construcción”, destaca Natalia Montellano, biotecnóloga y doctora en ciencias biológicas.

Cecilia Gonzales sostiene que, desde que se empezó a practicar en la década de los 70, la transferencia de genes de una especie a otra está acompañada por todo un sistema de bioseguridad que garantiza que sus productos serán inocuos para la salud humana y que no causarán alteraciones en la naturaleza.

Antes de la transgénesis, no obstante, se obtenían variedades nuevas o mejoradas con métodos mucho más agresivos –como la radiación– luego de procesos que no incluían estudios o pruebas y que en algunos casos derivaron en productos causantes de intoxicaciones.

Una alternativa sobre las mesas del mundo

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) reconoce que, cuando se integra debidamente con otras tecnologías para la producción de alimentos, productos y servicios agrícolas, la biotecnología “puede ser una ayuda importante para satisfacer las necesidades de una población en expansión y cada vez más urbanizada”.

El temor por posibles efectos negativos de los transgénicos sobre la salud del hombre y de la naturaleza ha hecho que se impongan severas limitaciones al cultivo y consumo de estos productos, manteniéndose así el debate encendido.

Kathrin Barboza, bióloga especializada en la conservación del medio ambiente (foto: archivo Barboza).

“Trabajo más en temas de conservación y tengo sentimientos encontrados en relación al uso de transgénicos en Bolivia. Pero también entiendo que el tema es parte del desarrollo de un país, de su seguridad alimentaria. Entonces son una buena opción, mientras se encuentre un equilibrio en la propuesta, que no reemplacen a los alimentos nativos y que su plantación no incentive la tala de bosques”, explica su posición Kathrin Barboza, bióloga especializada en la conservación del medio ambiente.

María Mercedes Roca resalta que el cambio climático ha hecho necesario el uso de más eventos transgénicos, para afrontar la mayor cantidad de problemas de insectos y hongos, y de climas extremos como lluvias y sequías.

Cecilia Gonzales observa que incluso un país conservador en estos temas, como lo es Chile, “se está armando hasta los dientes” en cultivos tolerantes a la sequía desarrollados no por transgénesis, sino por edición genética, una nueva herramienta de la biotecnología.

En la web del Portal Agro Chile, se puede hallar información sobre un proyecto que ya lleva más de 10 años en busca de los mejores genes chilenos de alfalfa que puedan resistir sobre todo a la sequía. “Son materiales que hemos desarrollado después de introducir, colectar, caracterizar, cruzar y seleccionar por más de diez años distintas variedades de alfalfa a través de iniciativas como la que financió The Crop Trust”. Gracias a este estudio, “se usó lo mejor de lo mejor para hacer cruzamientos”, explicó a ese portal el Dr. Luis Inostroza, investigador del INIA a cargo del proyecto. 

Suelo chileno en el que se hizo uno de los ensayos más completos que existe en ese país del Programa Nacional de Alfalfas de Secano de INIA, el que busca producir una alfalfa resistente a la sequía (foto: Portal Agro Chile).

Los chilenos prevén que en el norte que es altamente productivo, la escasez de agua será cada vez más aguda y en el futuro no habrá fertilizantes que sirvan ni técnicas para mantener la humedad. Ello les obliga a cultivar variedades tolerantes a la sequía. En el caso chileno, “la biotecnología les está dando una gran mano que no lo les va a dar la agricultura convencional ni la agroecología o la producción orgánica”, apunta Gonzales.

“Yo estoy a favor del uso de estas herramientas. En el área agrícola, los transgénicos han ayudado bastante a maximizar la producción y a extender la vida útil de los alimentos. Hay tipos de papa y de peces que han sido genéticamente modificados para los nuevos ambientes, para no morir con el nuevo clima”, indica Colque.

Pero las ventajas que ofrece este tipo de tecnología, como un mayor rendimiento, ahorro de trabajo e insumos, y resistencia a climas extremos, no han disipado las dudas sobre su aplicación.

Kathrin Barboza observa que “se dice mucho de las cosas positivas, pero hay que ver qué hay por detrás, sobre todo en estos temas que son tan controversiales”, como los de la salud y cuidado del medio ambiente, ya que los transgénicos promueven un modelo de agricultura altamente industrializado que está expandiendo la frontera agrícola en zonas forestales de América Latina.

“Hay que aprender a mirar con ojo crítico, informarse bastante bien y buscar ambas partes. Para eso estamos en el otro lado, para ser los abogados del diablo y para asegurarnos de que si se va a abrir esta opción (en Bolivia) hay que usarla de manera adecuada, como todo lo que hacemos en ciencia. Las aplicaciones siempre tienen que pasar por un montón de evaluaciones, para ver qué va a pasar en el futuro”.

Kathrin Barboza, bióloga especializada en la conservación del medio ambiente

Solimar Colque hace notar que el debate sobre el uso de transgénicos ha generado posiciones a favor y en contra en el campo de la biología mundial, pero en la biología que estudia la botánica y la zoología estas posiciones se inclinan más por el rechazo. Por ejemplo, la introducción de una planta alterada genéticamente en un ecosistema puede causar cambios en las aves que se alimentan de este tipo de semillas o hacer que estos animales elijan otro alimento. Eso “genera un desequilibrio en la naturaleza”, enfatiza la investigadora.

Si los transgénicos no se usan de manera correcta, pueden ocasionar fácilmente la extinción de especies nativas de fauna y flora, y promover la tala indiscriminada de bosques. En la naturaleza, cada especie juega un rol en el ecosistema, por lo que el desequilibrio puede tener impactos en el clima e incluso en la disponibilidad de agua, lo que puede afectar la misma seguridad alimentaria del ser humano.

Sin embargo, evitar plenamente este efecto es complicado, ya que la misma extinción también es ocasionada por el cambio climático, añade Barboza.

En Bolivia y el mundo, muchos siguen discutiendo los beneficios y perjuicios de los transgénicos y esto aún está latente en el mundo debido –según Roca– a campañas bien financiadas que por tres décadas “han contaminado la mente y el entendimiento de la gente, diciéndole que hacen daño”.

Un ejemplo de ello lo dio el expresidente Evo Morales, cuando en 2010 dijo que la calvicie de los hombres en Europa y la homosexualidad en el mundo son consecuencia del consumo de alimentos transgénicos. “El pollo que comemos está cargado de hormonas femeninas. Por eso, cuando los hombres comen esos pollos tienen desviaciones en su ser como hombres”, expresó el entonces Mandatario.

También se arguye que estos productos causan cáncer, la contaminación de variedades locales y su desaparición, causando así una pérdida de biodiversidad. “Son argumentos que no están validados por la ciencia ni las agencias reguladoras del mundo”, subraya Roca.

Ella explica que la pérdida de biodiversidad atribuida a los transgénicos es multifactorial. Se debe al mal uso de agroquímicos, especialmente herbicidas, a la deforestación para ampliar la frontera agrícola para producir cualquier cultivo o ganadería, al cambio en el uso del suelo y al abandono del cultivo de variedades nativas de bajo rendimiento y poco mercado, por una población rural que migra del campo a la ciudad, buscando una mejor vida.

Otros puntos en discusión tienen que ver con la propiedad de las variedades transgénicas y con la transformación ambiental.

Los argumentos que esgrime el sector que rechaza este tipo de tecnología es que está en manos de transnacionales que podrían ejercer un control sobre la producción agrícola global, lo que aumenta la dependencia y disminuye las oportunidades de desarrollo de los países y de los agricultores más vulnerables.

Roca explica que, al ser inicialmente desarrollada por Monsanto (después Bayer) y Syngenta, se pensaba que estos productos eran sólo para los grandes productores y no para los pequeños. Sin embargo, ese razonamiento no es acertado.

Las variedades que en general interesaban a los pequeños productores no eran comercialmente rentables, ya que el desarrollo de un evento transgénico requiere de una inversión en torno a los 100 millones de dólares y de un tiempo de entre 10 y 15 años. Es por ello que se diseñaron variedades que interesan a los grandes productores, pero que también pueden ser cultivadas por los pequeños.

Respecto al impacto en el ecosistema, Roca sostiene que “los ambientalistas antitransgénicos le echan la culpa a la soya transgénica por los daños ambientales. Claro que hay daños ambientales con la producción de soya, si todo el mundo se pone a sembrarla pensando que es un buen negocio y empieza a deforestar a diestra y siniestra, sin saber cómo hacer agricultura sostenible”.

“La producción de soya con malas prácticas agrícolas, con deforestación, con quemas y con un tremendo tráfico ilegal de tierras con fines geopolíticos e intereses económicos es algo muy dañino, pero hay que atribuirle ese daño a esas malas prácticas, a las semillas de contrabando y al tráfico ilegal de tierras, no al transgénico. Los mismos daños ambientales atribuidos a los transgénicos ocurren en cualquier producción agrícola o ganadera que se haga de forma ineficiente y sin conocimiento técnico apropiado".

María Mercedes Roca

“Este problema –continúa Roca– se va a agudizar si el Gobierno decide ampliar la frontera agrícola para sembrar más soya transgénica para producir aceite para biodiesel. Muchos en el sector agroproductivo en Santa cruz estamos preocupados por esto”.

Cecilia Gonzales opina que los grupos antitransgénicos prefieren desconocer la metodología de seguridad de esa tecnología, que incluye un largo proceso de pruebas que impide que productos no aptos para el consumo salgan al mercado.

Solimar Colque piensa, no obstante, que hoy aún “se está trabajando para que esta tecnología funcione de manera correcta, sin afectar a algo en específico”.

Kathrin Barboza coincide en que los impactos de los transgénicos no se han terminado de averiguar. “En temas de salud, habrá que ver qué efectos tendrán a futuro. Puede que a corto plazo no se puedan ver consecuencias, pero sí a mediano y largo plazo. Hay bastante por investigar. Promete muchas cosas positivas, pero hay que evitar el mal manejo y su uso indiscriminado para evitar los impactos negativos”.

Solimar Colque reconoce que pese a los cuestionamientos de los defensores del medio ambiente y la falta de estudios decisorios, el uso de estas herramientas “no se ha podido detener” en el mundo, frente a la necesidad de producir más alimento para la creciente población.

“Hemos perdido demasiado tiempo. Las organizaciones que se oponen tampoco han aportado con alternativas. Entonces, estamos como en un diálogo de sordos”, afirma Gonzales, quien cree que, al final “los perjudicados somos todos”.

Transgénicos en alimentos, ropa, medicamentos y otros

LA FAO sostiene que las biotecnologías agrícolas se aplican de forma creciente en la agricultura, la ganadería, la silvicultura, la pesca y la acuicultura, y la agroindustria para aliviar el hambre y la pobreza, contribuir a la adaptación al cambio climático y mantener la base de los recursos naturales.

En el mundo, el uso de la biotecnología es bastante amplio, apunta Montellano, ya que se aplica tanto al aprovechamiento de recursos naturales como a los procesos de transformación de estos productos. Por lo tanto, “Bolivia, queriendo o sin querer, está avanzando” en ese campo. “Lo mismo pasa con la tecnología en otras áreas como la inteligencia artificial. Son cosas que de una u otra forma llegan al país”, remarca.

“Los celulares –hace notar Roca– antes eran muy caros y sólo para los importantes y ricos del mundo; ahora son para todos. Así, muchas tecnologías se vuelven más fáciles de usar y menos costosas, y luego se democratizan. Lo mismo que ocurrió con las herramientas digitales va a ocurrir con las herramientas biológicas”.

“En realidad, la biotecnología la tenemos presente y mucho más de lo que podamos imaginar, y Bolivia –simplemente al cerrar los ojos y quedarse con un miedo infundado– pierde la capacidad de poder desarrollar sus propias propuestas biotecnológicas, como lo hacen países vecinos”, agrega Gonzales.

Para Roca, el hecho de que en Bolivia el debate por los transgénicos se haya restringido al sector agrícola se debe a que “históricamente no se les ha dado importancia a la ciencia, a la tecnología y a la educación; no se las ha tomado como motor de desarrollo”.

Montellano considera que la política y el marketing han hecho que en el país la población asocie biotecnología sólo con agro, cuando este campo científico es mucho más amplio. “De hecho, hay muchos productos de los que comercialmente no se habla en Bolivia, porque no tienen tanto marketing como los vegetales o tal vez porque no son masivos”.

La falta de información –insiste Colque– ha hecho que las personas no estén conscientes de cómo llegan los productos hasta sus hogares.

Un ejemplo de aplicaciones biotecnológicas es la insulina. Esta hormona es liberada naturalmente por el páncreas, pero también es producida gracias a una mutación. La ciencia ha logrado aislar la proteína de la insulina, ponerla en una bacteria y hacer que esa bacteria genere una insulina que luego es purificada y usada en los diabéticos. ¿Qué pasaría si este producto fruto de la transgénesis fuera restringido en Santa Cruz, por ejemplo, donde está concentrada la mayor parte de la población diabética de Bolivia?, pregunta Montellano.

Otro transgénico es la quimosina, una enzima que se obtiene de una bacteria y que hace que la leche se convierta en queso. Esta proteína modificada genéticamente es utilizada en todo el mundo y por una parte de los productores bolivianos, quienes para hacer queso usaban antes el cuajo que sacaban del estómago de los terneros.

El mismo concepto se aplica en el campo de las bebidas alcohólicas. “Mucha de la producción de vino o cerveza que tenemos en el país se hace con levaduras importadas y que están conservadas genéticamente o transformadas para mejorar su eficiencia o los sabores que producen”, indica Montellano.

Los transgénicos también están presentes en industrias como las de los pantalones de mezclilla (jeans), para preparar la tela; en bolígrafos, con tinta proveniente de maíz modificado; y en detergentes, para hacerlos menos contaminantes.

¿Son los transgénicos el camino?

El sector agroproductivo boliviano, principalmente cruceño, está muy interesado en la aprobación de nuevos eventos transgénicos, para darles a los cultivos mayor resistencia al ataque de enfermedades, plagas y principalmente sequía. Pero también para aumentar el rendimiento, lo que evitará que se aumente la producción expandiendo la frontera agrícola. Con esos argumentos ha hecho un lobby ante el Gobierno y distintos sectores de la sociedad.

Los empresarios alegan que los transgénicos evitarán la mayor deforestación, pero son ellos también “los que tienen mucho que ver con las actuales políticas de tala de bosques sin límites”, cuestiona Barboza.

El uso de transgénicos depende mucho del tipo de cultivo y de la región. Son necesarios en Santa Cruz, pero no en La Paz, donde es más necesario trabajar en bioinsumos, para que los cultivos de la quinua por ejemplo absorban mejor los nutrientes, indica Gonzales.

Cecilia Gonzales, especialista en biotecnología ambiental y gestión de la biodiversidad (foto: Los Tiempos).

Para Montellano, el uso de transgénicos será importante para evitar la expansión de la frontera agrícola y para aprovechar el limitado espacio útil del país, espacio que según el CEDLA ya está en su límite productivo. “Hay que ser más eficientes con lo que ya tenemos y para ellos una de las herramientas es la biotecnología, combinada con todas las demás herramientas tecnológicas”, resalta Montellano.

“¿Biotecnología? Sí, con buenas prácticas agrícolas, sin quema, sin deforestación –legal o ilegal– y cuidando la salud del suelo. Hay que quitar la narrativa de que la biotecnología es mala, que contamina y enferma, pero también la narrativa de que es la varita mágica que nos va a resolver todos los problemas, porque no es así es”, puntualiza Roca.

La investigadora puso como ejemplo el caso de una persona joven y con obesidad que padece diabetes y fuma. Usar un transgénico sin buenas prácticas agrícolas y desmontando, es equivalente a que ese paciente sólo use insulina. Puede que el medicamento le ayude a metabolizar su glucosa, pero ni su salud ni esperanza de vida mejorarán si no deja de fumar, si no cambia su dieta y si no hace ejercicio.

Para alcanzar la seguridad y soberanía alimentaria, y coadyuvar al desarrollo nacional, “es necesaria una combinación de factores, no solo los transgénicos. Para mejorar la eficiencia y el rendimiento, se debe trabajar también en tecnologías para el uso de tierras, de las bacterias del suelo y de los nutrientes de las plantas”, indica Montellano.

Natalia Montellano, biotecnóloga y doctora en ciencias biológicas (foto: archivo Montellano).

“Muchas personas creen que la biotecnología es una varita mágica que nos va a solucionar todo, no es así. En nuestro caso, la biotecnología simplemente viene a ser una de las herramientas que se pueden utilizar para lograr una producción más sostenible, pero tiene que venir acompañada por muchas buenas prácticas agrícolas” hoy ausentes, coincide Gonzales.

Estas buenas prácticas involucran intercambio de información productiva y meteorológica, una red vial adecuada y apertura de mercados. Otra acción imprescindible es la implementación de un observatorio de plagas, para evitar o contener ataques como el de 2017, cuando una “nube” de langostas arrasó varias zonas productivas de Santa Cruz. “Eso fue un desastre. No se pudieron lanzar alertas tempranas, no se pudo manejar sus poblaciones. El manejo de estas plagas no implica solo sacar todos los plaguicidas”, observa.

Un cambio necesario

Otra razón por la que se busca la aprobación de nuevos eventos transgénicos en territorio nacional es el prolongado uso que se ha hecho la única variedad autorizada en Bolivia.

Días atrás, Anapo informó que este 2024 Munasqa alcanza 19 años de uso continuo en el mercado nacional y que en 2025 será la primera variedad declarada libre de patente en el país, “un estatus que se logra gracias a la demanda permanente de los productores”.

“Con el tiempo, este evento genera resistencia igual que una bacteria a un antibiótico. Si se usa mucho, ese gen se va a desvirtuar y van a salir malezas resistentes. Entonces, sí es necesario que Bolivia apruebe otros eventos y, como no los aprueba por una ideología que ya tiene casi 30 años, muchos de esos eventos entran de contrabando, creando una serie de problemas”, alerta Roca.

Este es un asunto crítico, ya que la frágil industria de semillas del país no logra cubrir la demanda de los productores, quienes en algunos casos se ven en la necesidad de adquirir cimienta extranjera que ingresó a Bolivia sin pasar por los controles fitosanitarios, los que evitan que esos productos sean de mala calidad o tengan enfermedades.

La Cámara de Pequeños Productores del Oriente (Cappo) calcula que en 2022 entre un 65% y un 70% de los cultivos de maíz se sembraron con semilla transgénica de contrabando.

“Con el cambio climático y con diferentes ecosistemas, los agricultores no pueden estar como hace 100 años o como se sigue haciendo en la agricultura de subsistencia, intercambiando su semilla, como lo promueven los activistas”, observa Roca.

Debido a que carecen de capacitación agrícola, hay productores interculturales y algunas colonias de menonitas que, ante la necesidad, meten esta semilla ilegal para mantener o aumentar la productividad, pero tienden al uso excesivo de agroquímicos y fertilizantes. Entonces, “el daño no es ocasionado por el transgénico”, menciona.

Si las negociaciones entre gobierno y productores agrícolas avanzan, una eventual autorización oficial para usar más transgénicos en Bolivia requerirá de un equipo profesional formado y capaz que levante las restricciones no por cálculos políticos, sino con criterios técnicos. Para Barboza, este equipo deberá ser multidisciplinario e incluir expertos en salud, medioambiente, política y economía social, profesionales bolivianos que conozcan la realidad del país.

Una falencia en este campo es la falta de estudios públicos o la ausencia de éstos sobre el impacto que ha tenido esta tecnología en Bolivia desde 2005. Esto hace que el conocimiento asociado a esta forma de producción pase de un agricultor a otro y así; son ellos quienes conocen las ventajas y desventajas, la forma correcta de uso o qué problemas han tenido, expresa Colque.

Roca va más allá. Considera que es necesario desarrollar un nuevo marco regulatorio que norme los transgénicos y las biotecnologías integradas de forma coherente con un análisis de riesgo riguroso basado en la ciencia. La Constitución, en su artículo 409, instruye la regulación a través de una ley de la “producción, importación y comercialización de transgénicos”, pero esa ley específica no existe aún, puntualiza la biotecnóloga. “Y ya estamos trabajando en ello”, subtaya.

Al igual que la de otros países, la normativa boliviana referente a los transgénicos se elaboró en los años 90, en un momento en el que el lobby de grupos activistas internacionales –desde una visión cómoda de consumo urbano y no de producción– había logrado posicionar en el mundo la narrativa de que los transgénicos eran peligrosos, comparándolos con patógenos infecciosos, por lo que eran necesarios “protocolos de bioseguridad”, un término utilizado en la microbiología para patógenos como el Covid, no para semillas.

“Cualquier normativa basada en un supuesto equivocado, va a causar problemas. En Bolivia y otros países de Sudamérica, Centroamérica y África se creó la normativa con el supuesto equivocado de que la semilla transgénica de que una semilla transgénica es igual de peligrosa que un patógeno infeccioso, aunque las evaluaciones hechas por  instituciones científicas y por todas las agencias reguladoras importantes del mundo desde hace 30 años digan que no es riesgosa”,  indica Roca.

Estos supuestos divulgados por activistas dieron como resultados un marco legal altamente precautorio, aún vigente hoy ante la falta de la ley específica que demanda la nueva Carta Magna.

“Si una casa en un terreno muy valioso se está cayendo porque tiene cimientos pésimos y una mala construcción, no se le pone unos parches o se le hace unos arreglitos cosméticos; es preciso derrumbar la casa y edificarla de nuevo. Eso es lo que creo que tenemos que hacer en Bolivia, quitar esos supuestos equivocados de que los transgénicos hacen daño (…). Esa pésima normativa la tenemos que volver a hacer de forma coherente y hay que desarrollar una nueva, de forma coherente y fundamentada en principios científicos y no ideológicos”, insiste Roca.

La investigadora subraya que los transgénicos, los fertilizantes y los agroquímicos son “herramientas” que generan resultados positivos si se usan bien, de forma racional y bajo una regulación coherente.

“Las herramientas son eso: herramientas, que no son buenas ni malas. Si un vehículo conducido por un ebrio atropella a un peatón, no es culpa del coche. El auto se vuelve peligroso según quién y cómo lo manejan. De igual forma, la soya transgénica puede ser muy dañina si todo el mundo se mete al negocio y aumenta la deforestación, tiene pésimas prácticas agrícolas y abusa de herbicidas, fertilizantes y otros químicos”, afirma.

María Mercedes Roca, científica especializada en microbiología, virología y bioingeniería (foto: archivo Roca).
Perspectivas tecnológicas

Independientemente de lo que pase en Bolivia, la biotecnología sigue en constante evolución y promete nuevas posibilidades en la producción sostenible de alimentos, la medicina personalizada, la energía renovable y la conservación del medio ambiente.

Una de las últimas herramientas de este campo es la edición génica con el modelo CRISPR, en la que ya no se transfiere genes de una especia a otra, sino que trabaja con los propios genes de la especie a mejorar.

Roca explica que la edición genética permite “silenciar” o “apagar” cualquier gen problemático de una bacteria. de una planta, de un animal o de un ser humano. Este tipo de herramientas “son más precisas, rápidas y baratas, pero en este momento por temas técnicos no necesariamente están resultando en productos útiles en el agro, como los transgénicos con resistencia a insectos”, aclara.

Pese a estas limitaciones temporales, la importancia de la edición génica ha hecho que se la use en las áreas de la salud y en las de la economía circular y desarrollo sostenible de cualquier industria.

Gonzales detalla que Japón, un país también conservador en temas transgénicos, no se quedó de brazos cruzados y desarrolló con la edición de genoma un tomate que contiene cinco veces más GABA, un aminoácido relacionado con la presión arterial más baja. Este producto fue autorizado para producción y venta desde 2020.

Una investigadora de la Universidad de Tsukuba cosecha tomates editados genéticamente en Tsukuba, prefectura de Ibaraki, Japón, en marzo de 2018.

El país del sol naciente aprobó igualmente en 2021 la venta de dos peces modificados con esta tecnología (un pez globo y un besugo), para que crezcan más rápido. Al ser un mercado con alto consumo de productos marinos, estos peces no solo proveen de más carne a la población de este país, sino que reducen la pesca y la presión sobre las poblaciones marinas.

En 2023, un equipo multinacional de científicos logró también desarrollar el primer plátano editado genéticamente, el cual es inmune al “mal de Panamá”, un hongo para el cual no hay tratamiento ni cura, que llega a matar a la planta y representa una amenaza para la producción mundial de este fruto. En el campo de los alimentos, otros productos en camino son un trigo y un cacao resistentes a hongos.

En la salud, la vacuna contra el COVID-19 no hubiera sido obtenida tan rápido sin el trabajo colaborativo y las constantes investigaciones realizadas en este campo desde hace más de 10 años. También se vienen soluciones para algunos tipos de leucemia (cáncer en la sangre), la cura de la ceguera de nacimiento y tratamientos definitivos para la diabetes y el alzheimer

En al área industrial, para reducir el desperdicio alimenticio, se desarrollan bioempaques que cambian de color para alertar al usuario que el producto está por vencer; para reducir la contaminación de la moda, se vienen biotejidos con base en bacterias, microhongos o telas de araña que se pueden degradar de manera más rápida; y en la construcción, bacterias agregadas al cemento que reparan rajaduras sintetizando un carbonato de calcio al ser activadas con agua.

Roca añade que ya hay mosquitos editados genéticamente que tienen un gen de esterilidad, lo que ayuda a manejar el dengue y reduce el uso de insecticidas que dañan la salud humana y ambiental, matan una gran diversidad de insectos útiles y causan resistencia en los zancudos.

También se puede usar esta tecnología para disminuir la contaminación del oro y para evitar la extinción de animales por causa de especies introducidas.

Montellano comparte que en Argentina, pionera en Latinoamérica en la adopción de edición genética, se estudia cómo mejorar las características nutricionales y el rendimiento de la soya, y cómo reutilizar la cascarilla que deja esa industria. “La biotecnología no solamente va a servir para industrializar Bolivia, sino también para ver alternativas a todo el desarrollo sostenible que deberíamos tener como país”, afirma.

Roca remarca: “Necesitamos cultivos convencionales, cultivos orgánicos (para ciertos nichos de mercado), cultivos transgénicos y también los nuevos cultivos editados, de la misma forma que necesitamos los teléfonos fijos en algunos contextos, aunque ya llegaron al mundo los celulares. No es que una tecnología sale y la otra no funciona. Los caballos aún tienen su lugar en el transporte”.

Apoyo científico

Bolivia se caracteriza por no apoyar la ciencia y la tecnología, lo que hizo que los primeros biotecnólogos bolivianos tengan que formarse fuera del país y busquen también oportunidades fuera de las fronteras bolivianas.

Esto ha dejado al país rezagado a nivel tecnológico. Gonzales calcula que, académicamente, Bolivia tiene en biotecnología un retraso de 50 años frente a Estados Unidos, de 30 años en relación a la Argentina y de más de 10 años en comparación con los países africanos como Nigeria, Tanzania y Kenia.

“Esto quiere decir que estamos limitándonos, es casi como dispararnos en el pie. El problema de haber estado poniendo tantos frenos” al sector “es que nosotros mismos nos hemos perjudicado”, sentencia Gonzales.

“Es una vergüenza que como país hasta ahora no podamos ni siquiera desarrollar una vacuna; simplemente nos dedicamos a hacer medicamentos estandarizados ultra conocidos, en vez de generar investigación con los principios activos (ingredientes principales de un medicamento) que tenemos en muchas plantas. Siendo un país tan biodiverso tenemos mucho potencial para desarrollar muchas propuestas, muchas soluciones” primero para el país y luego tal vez para el mundo, afirma.

El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) sostiene que la biotecnología ha progresado más que cualquier otra disciplina científica y tecnológica en las últimas dos décadas. Los avances en secuenciación genómica, edición genética y biología sintética abren posibilidades sin precedentes para desarrollar nuevas soluciones a desafíos en sectores esenciales para el futuro: agricultura y alimentos, medicina, agua, energía y adaptación al cambio climático, entre otros.

Para Barboza, esta es una de las carreras del futuro. Bolivia tendrá que “avanzar en este camino por voluntad o arrastrada por el movimiento biotecnológico que hay en el mundo, un movimiento que al igual que la tecnología móvil y la inteligencia artificial llegó para quedarse”, asegura. “No nos podemos quedar atrás”.

Y ya se han dado pasos en esa dirección. El año pasado, por ejemplo, la nueva carrera de Ingeniería en Biotecnología de la Universidad Católica Boliviana San Pablo Regional Santa Cruz registró a su primera graduada. “Espero que este año se gradúen entre 10 a 15 estudiantes”, afirma Montellano, directora de esa carrera, que hoy cuenta con unos 130 inscritos.

Una formación similar ha comenzado a ser ofrecida a través de programas y carreras en la UMSA de La Paz, la UMSS de Cochabamba y la UPB de Santa Cruz.

Estos nuevos profesionales no podrán ser absorbidos por centros bolivianos de desarrollo tecnológico, porque aún no los hay, pero pueden encontrar espacios en el área de salud, con diagnósticos; en alimentos, con control de calidad o desarrollo de nuevos productos; y en la industria farmacéutica; y en investigación, con estudios para el desarrollo de nuevos métodos moleculares.

Gonzales cree que los más probable es que estos nuevos profesionales hagan un posgrado fuera del país y encuentren un trabajo en otros mercados. “Y nuevamente vamos a estar perdiendo personal altamente capacitado”, expresa.

Montellano piensa diferente y espera que “con la parte académica se vaya desarrollando también el nivel industrial y social”.

Para esto será necesaria la aprobación de un nuevo marco legal que permita la producción de estas herramientas, además de la definición de aspectos de gestión, administrativos y académicos, según las expertas.

“Ojalá más temprano que tarde entremos a la economía del conocimiento y usemos más la ciencia y tecnología. Nos hemos enfocado demasiado como país a vender nuestros recursos naturales y no tanto en potenciar nuestras ideas y creatividad, no a cómo le vamos a valor agregado a esos recursos naturales”, evalúa Roca, quien llama a pensar en el bien común y no en intereses sectoriales.

Gonzales cree que lo que hace falta en el país son políticas que acompañen todo el desarrollo que ya se está dando. Estas políticas deben incluir controles que protejan a la población y el medio ambiente– como sucede para cualquier otra industria.

La biotecnóloga recuerda que Bolivia fue signataria del Protocolo de Cartagena sobre Seguridad de la Biotecnología, que entró en vigencia en 2003, pero desde ese año no se ha generado una normativa clara para el uso de transgénicos, lamenta. “Ni siquiera en la última época hemos intentado actualizar algunas de nuestras leyes y políticas para acompañar el desarrollo del país”.

Otro paso necesario será la difusión de información, para que tanto los que usen estas tecnologías como los que las consumen puedan conocer conceptos técnicos y entenderlos mejor, para aplicarlos adecuadamente en su entorno y en su comunidad.

“¿Cómo tenemos que usar esta ciencia?, con conciencia, con responsabilidad, con ética, igual que la inteligencia artificial; si no lo hacemos, vamos a ir por muy mal camino. Si las usamos bien, nos puede ir bien”, concluye Roca.

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