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Texto, fotos y audio de Rafael Sagárgana y caricatura de Javier Menchaca para Guardiana y La Nube (Bolivia)

La mezcladora social en la que se ha convertido Santa Cruz de la Sierra bien puede sintetizarse en Luis Ferdinando López Villa (nombre ficticio). Nació en esta metrópoli como fruto de un matrimonio entre una comerciante del área rural chuquisaqueña y un mecánico dental de la capital cochabambina. La pareja había inmigrado seis años antes, allá por 1960, desde Cochabamba con los dos hermanos mayores de Luis Ferdinando. Probablemente, no muchos habrían apostado a que el menor de los López se llegaría a codear con la crema y la nata de la sociedad cruceña. Pero sólo eso porque nunca fue de tener muchos amigos …    

Un marcado retraimiento y sus problemas posteriores le fueron atribuidos por más de uno de sus viejos conocidos a su mamá, doña Loty. La describieron como una mujer autoritaria y pleitera que, si bien ejercía indeclinablemente la jefatura del hogar, tenía fama de ser “un poco rara”. Para algunos, Luisfer (como le apoda la mayoría, aunque no faltan motes hirientes) heredó sus problemas de doña Loty. Para otros, ella, es decir un voluble trato materno que alternaba la violencia con la sobreprotección, fue una de las principales causas. 

En casa de Luisfer se hablaba quechua y castellano con acento valluno. Luis Ferdinando llegaría a ser el único que, además, iba a aprender a hablar fluidamente el alemán. En casa de Luisfer, en esos años 70, los problemas de salud no muy graves solían ser encomendados a prácticas naturistas heredadas. Los problemas espirituales descansaban en la Iglesia Católica y luego se trasladaron a una rama neoprotestante radical. Con el paso del tiempo, sólo Luis Ferdinando sería paciente de variados tipos de medicinas y feligreses de diversos credos.    

Sus parientes recordaron las primeras conductas extrañas de Luis –explica Carmiña, terapeuta en medicina holística, quien vivió en casa de los López durante cuatro meses–. La más recordada es un té donde había varios familiares invitados. Me contaron que él tenía cerca de 6 años y lo encontraron orinando en las tazas que habían sido puestas en la mesa. También, esto me consta, era muy meloso, especialmente con las mujeres jóvenes y les agarraba las muñecas o las piernas”.  

Un colegio de élite

Hasta sus 10 años, Luis Ferdinando asistió a una escuela fiscal del centro cruceño. No hay mayores datos sobre su vida escolar, salvo que era poco amiguero y un estudiante estudioso. Ello porque, en 1975, el colegio Alemán lanzó un programa para becar a destacados estudiantes de colegios fiscales, uno de quinto básico por cada colegio. Luisfer resultó uno de los seleccionados. 

El programa preveía nivelar a los becarios durante tres años, al nivel de los alumnos regulares, sobre todo en el idioma. Luego, los integrarían a los cursos regulares y cuatro años más tarde serían parte de la promoción de aquel establecimiento considerado elitista. De hecho, varios de los miembros de aquella promoción hoy son destacados empresarios locales o acomodados ejecutivos en el exterior. Pero aquel programa no resultó muy exitoso. 

“De los 12 que fueron seleccionados sólo dos llegaron a salir bachilleres con nosotros –recuerda Paulo, un exalumno hoy devenido en empresario agroindustrial–. Uno de ellos fue Luis Ferdinando, pero justamente, junto a otro que no era becario, eran tres en el curso que no se integraban al resto, andaban juntos, aislados. Eran como los ‘morenitos’ de la promoción y no sé si habrán sufrido maltratos de mis otros compañeros. Luisfer era buen alumno, pero también era muy retraído, le apodábamos ‘Petete’. Salimos 44, hasta ahora nos reunimos, pero ellos tres nunca participaron de nuestras fiestas de entonces ni de hoy”. 

Paulo y Carmiña coinciden en haberse enterado de otra conducta de Luisfer que generó preocupación en sus papás y una consulta al psicólogo del colegio: daba muestras de una desmedida lujuria que aplacaba en solitario, actividad que poco a poco tomó características de vicio. La familia para entonces había ingresado en una etapa de prosperidad económica. Se decidió que Luis vaya a la Universidad Mayor de San Simón en Cochabamba a estudiar economía, y a la casa de un familiar.  

Detonante de la crisis

Fue allí donde sus problemas íntimos empezaron a multiplicarse y hacerse más notorios. Algo que el propio Luisfer hoy reconoce mientras desarrolla una actividad económica privada, pero muy distante de las de sus excondiscípulos del colegio Alemán. Deja a un lado su pesado equipo, sonríe con nerviosismo, luego se serena y empieza a conversar en voz baja para luego irla subiendo paulatinamente. Protegido por un sombrero de hule y tela de amplia ala y un chaleco comercial ajustado sobre una camisa desacomodada describe lo que sufrió.

“No acabé la universidad por los problemas nerviosos o neurológicos que me aparecieron. Mis papás se enteraron y me hicieron volver aquí –explica–. Yo estudiaba mucho, pero también tenía problemas míos. Justo la casa del primo de mi papá estaba frente a ‘una casa de locas’, ¿no? Música, ellas, yo me imaginaba lo que pasaba ahí, pero tenía que estudiar. Entonces, tú me entenderás, me vinieron problemas que les pueden venir a los varones. Me entiendes, ¿no?”.     

Entonces, según relata, llegaron sus crisis que empezaron a alarmar a los parientes cochabambinos. Les hablaba de romances o pleitos con novias imaginarias, se encerraba fines de semana enteros… Salía de su habitación cada vez más confundido y demacrado. Le pidieron que descanse y luego le dijeron si aceptaba que lo ayuden o si prefería que le avisen de su estado a sus progenitores. 

Hoy, luce delgado y aparenta menos de los 58 años que tiene, pese a que ya peina un tupido copete canoso. Su baja estatura lo hace ver más frágil. Sus ojos marcadamente circulares acentúan su mirada perdida, pero mantiene una voz suave y un tono amigable al confiar algo de su historia. 

“Al final –confiesa– ya no podía entender lo que estudiaba, por mis problemas, y empecé a perder materias. No sabía cómo arreglar mi vida porque necesitaba una novia, o la tenía, ¿no? Pero mi papá no me mandaba la suficiente plata como para tener novia. Mis primos me llevaron a su iglesia y allí decían que me había entrado un diablo o algo así”.  

Al parecer, Luisfer también buscó otras salidas. Un día su excondiscípulo del colegio Alemán, Paulo, supo que Luisfer iba a un centro de medicina holística al que él también asistía. “Yo estaba –recuerda– estudiando agronomía en Cochabamba y también me interesé por la medicina holística. Entonces me enteré de que mi compañero de colegio también estaba allí por un problema psicológico. Comentaban que había reaccionado positivamente. No llegué a hablarle, pero sí confirmé que era él y lamenté su condición”. 

Nuevas crisis colmaron a los familiares cochabambinos y precipitaron el retorno definitivo de Luisfer a Santa Cruz a principios de 1986. “Mi esposo y yo estábamos realizando lo que equivale a un voluntariado con la medicina holística –recuerda Carmiña–. Un día, apareció la mamá de Luisfer, doña Loty, en mi puerta y me suplicó ayuda. Ella y su esposo habían apelado a naturistas, pastores y un psicólogo, pero el cuadro empeoraba. Y él les pedía que le ayuden buscando a personas de nuestra área que, según decía, era la única que le había ayudado en Cochabamba”.

Múltiples “terapias

La terapeuta señala que la base de sus tratamientos para estos casos constituye una disciplina que incluye la alimentación y diversas actividades diarias. Añade que “el paciente debe poner algo de su parte, ‘voluntad’, y aceptar una vigilancia constante”. Por ello, doña Loty les llevó a vivir muy cerca de la casa de los López y se mostró abierta a cualquier requerimiento. 

Esta terapia holística, basada en lo enseñado por terapeutas como Manuel Lezaeta Acharán o Juan Santa Cruz o Arnold Krumm-Heller, aborda la esquizofrenia en base a disciplina y naturaleza. Se asegura que hubo casos notables de recuperación, por ejemplo, en el centro que Lezaeta estableció en Chile. Dieta sana, rutinas de ejercicios físicos, supervisión y orientación sostenida de los hábitos, durante normalmente entre seis y nueve meses, en un lugar campestre se muestran como bases de esta terapia. Esa era la intención con Luis.     

“Cuando empezamos a tratarlo, él había hecho una obsesión del color blanco –recuerda Carmiña–. Había exigido a sus padres que todo en su cuarto esté pintado de blanco y él se vestía igual. Les decía que debía purificarse y hacía uso intenso de unos inciensos que algún naturista les había recomendado. Su habitación y su ropa estaban impregnadas con ese aroma. Algo que nos impresionó es que tenía libros de medicina natural y los dominaba, podía recitar capítulos íntegros sin error alguno”.  

Pero, según la entrevistada, el tratamiento sumaba complicaciones más allá de Luisfer y la pareja de terapeutas. Doña Loty tenía sus propias iniciativas. “Una noche, muy tarde, salí a revisar la puerta del lugar que nos habían alquilado y al ver su casa quedé sorprendida: entraban casi de ocultas varias personas. Me acerqué y era claro que practicaban algo así como espiritismo con invocaciones y todo. Buscaban así otra cura para Luisfer”. 

Las sorpresas se multiplicaron. Tras un fin de semana supieron que el papá había llevado a Luisfer a un burdel dos veces porque consideraba que “le faltaba mujer”. En otra oportunidad, doña Loty le explicó a Carmiña que su hijo se hallaba enamorado de una amiga que visitaba a los terapeutas. “Me pidió que le preguntase por cuánto dinero ella estaría dispuesta a ser pareja de Luisfer, que sólo ponga el precio”. Paralelamente, Luisfer empezó a fugar de la casa generando angustiosas búsquedas o contenciones violentas que precisaban hasta de cuatro personas. 

A los tres meses la relación empezó a tensionarse y ellos decidieron partir. La progenitora de Luisfer empezó a culparles de los males de su hijo y les amenazó. La presión llegó a tal extremo que las advertencias se extendieron a los amigos y familiares de la pareja e incluyeron la contratación de matones. Optaron por dejar Santa Cruz y retornar a La Paz. “Nunca nos pasó algo así, ni siquiera parecido. Nosotros no vivimos de estos conocimientos, tenemos una vida profesional aparte”. 

“Se cura toda enfermedad”

Dos décadas más tarde volvieron a tener noticias de aquel paciente que, en una ciudad como Santa Cruz, podría pasar por incontables manos bien o malhechoras. Hacia la mayor urbe del país, a ritmo cada vez más sostenido han confluido incontables organizaciones y especialistas que ofrecen soluciones, literalmente, para todo mal. De hecho, no es extraño encontrar carteles que señalan: “Se cura cualquier tipo de enfermedad”. 

“Por un lado –dice Carmen Mamatá, presidenta de la Sociedad Boliviana de Medicina Tradicional (Sobometra) a nivel nacional y departamental– estamos quienes tenemos todo el reconocimiento y acreditación legal. Trabajamos armónicamente con la medicina científica y de acuerdo a la Ley de Medicina Tradicional. Pero por el otro hay muchos, pero muchos mentirosos que aparecen. La gente, para confiar en los tratamientos, debiera pedirles los tres certificados que acreditan a quienes por lo general trabajan honestamente”.

Según Mamatá, hasta diciembre de 2023, había, legalmente registrados en Santa Cruz, 500 médicos naturistas y prevé que en febrero la cifra subirá a 700. Describe también la variedad de corrientes y procedencias. Los 700 naturistas legales se organizan en al menos ocho otras agrupaciones, todas de variada procedencia departamental o nacional. Hay algunas muy cerradas como los “capachaqueros”, naturistas potosinos que sólo aceptan oriundos de aquella tierra o, por lo menos, que sean cónyuges. 

Entre los ilegales o “mentirosos”, la ejecutiva de Sobometra identifica especialmente a curanderos peruanos y ecuatorianos de vasta actividad especialmente en las provincias. Junto a ellos es posible hallar anuncios de medicinas del lejano oriente (entre chinas, coreanas y japonesas), lituanas, caribeñas, brasileñas… Con especialidades que bien pueden ir desde la apiterapia (curación con abejas) hasta la críptica “almología”… Un simple rastreo en las redes permite advertir la variedad. 

Manzanos de curaciones

Pero en las calles la variedad parece multiplicarse en progresión geométrica, atravesando todo estrato y grupo social. Así, por ejemplo, aparecen curanderas como “Málaga y Dotan”, en el mercado Los Pozos, quienes ofrecen tratamientos y “ayuda especial” para comunidades menonitas. Es decir, un puente entre prácticas relacionadas a la religiosidad amazónica y el grupo protestante considerado más puritano. 

En el mercado La Ramada, la zona de los negocios relacionados a las medicinas alternativas y la brujería ocupa más de una manzana.

En general, los mayores mercados cruceños cuentan con cuadras y hasta manzanos colmados de ofertas de medicina natural y hechicería. Por ejemplo, en el mercado La Ramada, confluyen desde la “Asociación de Amautas 16 de Julio” y la “Organización Originaria de Yatiris y Colliris” hasta el “Centro Macumbero”. La manzana de la calle Surutú, donde se asientan dichos negocios y sus asociados (ventas de sahumerios, sullus y hierbas) tiene características surrealistas porque allí también confluyen meretrices y drogadictos. 

Uno de los tantos anuncios de organizaciones de curanderos y hechiceros del occidente boliviano que tienen marcada presencia en Santa Cruz de la Sierra.

Sin embargo, por otros canales y en otras zonas, también se ofrecen servicios no tradicionales. La “Terapia de tratamientos nerviosos Akasinje”, de raíz japonesa; un “Terapeuta holístico argentino”; “el doctor Kim”, acupunturista de origen coreano, entre otros que tienen una característica común: atienden en departamentos ubicados en condominios exclusivos y previa cita concertada anticipadamente. No todos aceptan tratar a personas con una esquizofrenia paranoide, como la que se le diagnosticó a Luisfer.  

Mamatá señala que los problemas psicológicos, “cuando no son graves”, se los encara “con masajes, hierbas especiales y un seguimiento hasta que se rehabilite”. “Si no es violento, se puede ver un tratamiento que combine las hierbas apropiadas, la organización de su dieta y realinear sus desarmonías –responde el responsable de Akasinje–. Pero si es muy intranquilo, al menos de principio, tendrá nomás que verlo un profesional psiquiatra”.   

Luisfer a lo largo de casi cuatro décadas ha sido paciente de varias de esas terapias y de uno que otro psicólogo. También grupos de oración y metafísica formaron parte de sus opciones. Su llegada a la medicina científica o alopática tardó más, pese a crecientes presiones para que “se lo interne”.   

Medicina de élite

La medicina alopática, en Santa Cruz, igualmente suma una creciente variedad de opciones para todo bolsillo y nivel social; aunque bajo marcadas desproporciones y desigualdades. Por ejemplo, en años recientes se erigieron clínicas con tecnología de avanzada que buscan ser centros internacionales del área, como la Clínica de las Américas. Es posible hallar seguros privados y especialistas que ofrecen medicina de precisión, familiar, preventiva avanzada y ortomolecular. Sin embargo, aquellos proyectos privados distan mucho de los seguros sociales y más aún del sistema público. 

Y justamente el área de psiquiatría sirve como ejemplo de aquella disparidad. Una investigación del medio digital Guardiana, realizada por Sara Vásquez y publicada en septiembre de 2023 reveló, por ejemplo, la escasez de especialistas y de centros especializados. Para los casi 3,5 millones de habitantes que tiene el área metropolitana cruceña los hospitales del sistema público sólo cuentan con cinco psiquiatras. De acuerdo a los estándares de la Organización Mundial de la Salud (OMS), deberían ser 10 por cada 100 mil habitantes, es decir, 350. Es más, no existe un solo centro público psiquiátrico con capacidad de internación frente a tres privados cuyos precios resultan prohibitivos para el grueso de la población. 

La solución psiquiátrica

Luis Ferdinando, entre los años 90 y los actuales conoció ambos extremos. Sus crisis llegaron a un punto de escándalo a principios de los 2000 y entonces la familia buscó a los profesionales. Según versiones de los parientes, un día hallaron a Luisfer cuando procedía a desnudar a una tía abuela de avanzada edad que vivía en casa. Poco después sería internado en un centro privado y sometido a tratamientos con antipsicóticos. La economía familiar lo permitía por ese entonces, además, se tramitó una pensión por discapacidad. 

Él tiene su propia versión de aquellos hechos: “No actué mal, mi hermana, que siempre me hace líos, me acusó. Es cierto que en ese tiempo estaba con mis problemas, pero ese día hacía mucho calor, tú sabes el calor que hace acá. Entonces pensé en la tía y así, sin polera como estaba, fui a quitarle parte de sus ropas para que no se sofoque. Pero mi hermana siempre me ha hecho la guerra y ella exageró todo”. 

Como fuere, Luisfer poco después fue tratado por psiquiatras y, al parecer, desde entonces ha sido objeto de una medicación crónica. Primero en la consulta e internación privadas, luego en el sistema público de características ambulatorias. Al parecer, para los López, los costos del tratamiento resultaron difíciles de sostener. La investigación de Vásquez para Guardiana señala que el rango de los costos oscila entre los 5 y 10 dólares diarios. Las consultas privadas llegan hasta casi los 60 dólares y las internaciones bien pueden superar los 150.  

Medicación desigual

“La medicación me hace daño. Mi hermano sufre cuando me medican –explica brevemente José Luis–. Pero ya no me medican tanto”. Paulo señala que en cierta oportunidad volvió a encontrarse con Luisfer y lo vio con tics semejantes a los del Parkinson, dificultades para hablar y extremadamente delgado. Los psiquiatras explican que eso se debe al uso de antipsicóticos antiguos, pero económicos que recetan en el sistema público precisamente por la diferencia de precios.

“Se observa –explica el psiquiatra Wilberth Ayala– especialmente la acatisia (inquietud) psíquica y motora, temblores o discinesia, rigidez muscular, sialorrea o demasiada salivación. Esto es causado por antipsicóticos clásicos como el haloperidol que son los más baratos. Los comprimidos valen dos bolivianos, y por eso los más recetados. Se debe ajustar el tratamiento para minimizar esas reacciones. En cambio, hay otros más modernos, como la olanzapina, que no causa semejantes efectos, pero cuesta 28 bolivianos cada píldora. Son medicamentos que en el caso de la esquizofrenia se deben tomar de manera indefinida, y resultan muy costosos”.    

Luis Ferdinando López experimentó ese shock aproximadamente en 2018. Su condición económica cambió radicalmente tras la muerte de sus dos progenitores, lo que implicó que su hermana se convierta en tutora. Su caso pasó completamente al sistema público.    

Ayala, como su colega María Alcira Schlüsselberg, ambos de reconocido prestigio en Santa Cruz, reconocen que casos similares a los de Luisfer se presentan frecuentemente. 

La denominada capital económica de Bolivia ingresó en una dinámica cuasi descontrolada de crecimiento demográfico con migrantes internos y externos de diversas latitudes. En ese marco gestó este virtual supermercado de ofertas de salud y bienestar frente al que llegados como residentes normalmente carecen de orientación.

“Ser un país tercermundista implica un subdesarrollo a nivel educativo y de la salud –explica Ayala–. Entonces, la gente no está formada ni informada en cuanto a salud y menos en cuanto a salud mental. (…) Son muy frecuentes los casos en los que (los pacientes) van a curanderos y brujos que les sacan dinero y luego, recién, los derivan a médicos de diversas especialidades como neurólogos e internistas. Éstos, a veces, les hacen exámenes y terapias. Finalmente llegan a los psiquiatras, incluso después de años, cuando el problema se ha cronificado”. 

A ese escenario se suma la estigmatización de la psiquiatría. “Muchas personas acuden primero a buscar médicos generales o de otras ramas –señala Schlüsselberg–. Cuando estos médicos descartan la parte física, derivan a un psicólogo o a un psiquiatra. Pero aún así con esa indicación, las personas tienden a evitar al psiquiatra y aún hay grupos grandes que acuden a curanderos y la medicina tradicional. Y cuando se ven frustrados, recién vienen al psiquiatra, hay pacientes que rotaron por incontables y terapias antes de intentarlo”.

Lo bueno del supermercado

En el caso de Luisfer hubo un giro adicional que, de alguna o más maneras, parece marcar los nuevos tiempos. “Mi esposa es miembro bastante activo de una organización que incluye la yoga, mindfulness y medicina holística –dice Paulo–. Es como si nuestros destinos se toparan cada 15 años, un día vi a Luisfer ingresar al centro guiado por otra persona. Volvía a preguntar por los tratamientos holísticos. Asistió buen tiempo, justo hasta la pandemia. Se puso muy bien unos meses, pero luego decayó. Un día me puse a ver sus redes sociales y allí queda muy claro su problema sexual compulsivo”.

En efecto, en las redes es posible ver una marcada obsesión por mujeres, al parecer imaginarias, o fantasías con mujeres reales. Repite nombres decenas de veces durante semanas. Luego los enlaza a sitios con contenido triple “x”. Cerca del 90 por ciento de sus contactos son damas muy jóvenes. Otros contactos relativamente frecuentes resultan los de grupos donde se busca pareja. 

Entender lo bueno y lo negativo que dejó en Luisfer el virtual supermercado terapéutico cruceño probablemente resulte complejo hasta para los más versados. Sin embargo, tanto psiquiatras como naturistas destacan que la tan variada como multicultural oferta de terapias también ofrece perspectivas positivas. 

“Quienes trabajamos conforme a la Ley de Medicina Tradicional sabemos muy bien cómo relacionarnos con los médicos alopáticos –explica Mamata–. Incluso ellos, cuando también lo ven pertinente, nos derivan pacientes. Es cuestión de responsabilidad y consciencia”. 

Por su parte, Schlüsselberg explica que si bien hay algunos grupos evangélicos que son reacios a la psiquiatría, hay diversos cambios positivos en las interrelaciones. “La medicina alternativa muchas veces viene como un suplemento del tratamiento psiquiátrico, hay muchas que están debidamente avaladas y hay técnicas que fueron apareciendo. Por ejemplo, todo lo que es medicina ortomolecular nos favorece en la medicación. La acupuntura también ayuda y diversas ramas físicas se han orientado a la salud mental. Incluso algunas organizaciones religiosas tienen principios favorables. Si se realiza como un trabajo multidisciplinario, entonces favorece al paciente”.  

Todo en un mundo donde, según datos de la OMS, los problemas mentales se incrementaron en un 25 por ciento tras la pandemia. En la metrópoli cruceña, de acuerdo a la investigación de Guardiana, esa alza llegó al 22,44 por ciento.  

En las calles, Luisfer asegura que “gracias a Dios” ya no lo medican y que se está sanando solo. “Lo mejor, la alimentación buena, hacer ejercicio, dormir bien, y trabajar también, ¿no? –afirma–. No fumar, no beber, no pasar noches en las discotecas. Si no trabaja uno, si estás de estudiante tu padre nunca te va a dar lo suficiente como para que te mantengas y estés bien. Sólo lo mínimo. Estudiar y trabajar es la mejor opción (…). Tengo una pensión michi que no alcanza para nada ni para un jugo de naranja”.   

Mientras acomoda su tanque de somó y ajusta su sombrero de hule, Paulo le pregunta: “¿Y ya no pensás volver al centro de medicina holística?”. 

–“No. Allí van hartas peladas bonitas. ¿Tú crees que alguna va a querer enamorar con alguien así como yo?”.  

Luisfer de espaldas en su actividad cotidiana hoy como vendedor de somó en Santa Cruz de la Sierra.

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Esta investigación fue realizada gracias al soporte del Consorcio para Apoyar el Periodismo Independiente en la Región de América Latina (CAPIR), un proyecto liderado por el Institute for War and Peace Reporting (IWPR).

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