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Por Abril Ariñez Hernández para Guardiana (Bolivia)

Carolina es una profesora de 43 años que ha dedicado su vida a la enseñanza de niños de nivel inicial en Cochabamba. A sus 31 años conoció a su hijo del corazón en una clase que ella daba. Tenía apenas dos años y llamaba "mamá" a cualquier mujer que le demostrase el más mínimo gesto de amor.

Como pasaba la mitad del día junto a Carolina, el niño estableció una conexión con la maestra que al final provocó que los encargados del Centro Educativo Terapéutico Integral (CETI) en Cochabamba terminaran por pedirle a ella y a su familia que pudieran acogerlo por un tiempo hasta que encontrara una familia.

“Desde la Fundación nos pidieron, sobre todo a mi mamá, si habría la posibilidad de hacer como familias sustitutas, cuidarlo durante un tiempo hasta que él pudiera encontrar a una familia que lo quiera y lo acoja”.

Carolina, una mamá del corazón

Después de unos meses de vivir con el pequeño, la familia de Carolina descubrió que había sido rechazado por tres familias debido a que tiene VIH.

La falta de información sobre la enfermedad y el temor al contagio fueron los factores que provocaron el rechazo de las familias para adoptar al niño. “Para estas alturas y más en años anteriores, la ignorancia o la poca información de muchas familias han hecho que no se lo pueda ver como un niño normal y que siempre vivan con el temor al contagio; pero con el paso del tiempo a nosotros, que convivimos con él, nunca nos ha pasado nada. Él es un niño normal, toma su medicación y ahí andamos”.

Como Carolina era joven, divorciada y tenía un hijo biológico adolescente a quien cuidar, la idea de adoptar al niño se le hizo difícil. Al final fue un italiano voluntario quien decidió adoptar al niño y solicitó la guarda legal. Al tratarse de un varón, extranjero y sin pareja, el proceso de adopción le resultó imposible.

Pero después llegó lo posible: el italiano y Carolina se casaron. Después de presentar la solicitud de guarda legal y cumplir los dos años que establecía que el niño debía permanecer bajo el cuidado de la pareja, iniciaron un trámite de conversión para la adopción. Todo el proceso de adopción tuvo una duración de cuarto años. "Cuando hemos iniciado todo el proceso –explica Carolina– el niño tenía cuatro o cinco años y nos dijeron que ya éramos sus papás, que fue legalmente hijo nuestro cuando él tenía entre siete y ocho años".

Convivencia con su hijo de sangre

Antes de casarse con el italiano, Carolina ya tenía un hijo de un primer matrimonio que no funcionó. Para el adolescente que había sido hijo único toda su vida, al principio la noticia no terminó de convencerle; sin embargo, al final aceptó a su hermano.

"Él siempre ha sido hijo único; pero quería tener un hermano. Cuando su hermano menor del corazón vino a casa, tenía entre 12 y 13 años. La diferencia de edad era fuerte y al principio él decía: 'Pero yo quería un hermano más cercano a mi edad para poder compartir y todo lo demás'. Después se encariñó y asumió el poder quererlo, también aceptarlo, acompañarlo. Fue un proceso tener que avisarle sobre la enfermedad del pequeño; pero ha resultado una maravilla porque creo que gracias a la tecnología, los jóvenes de ahora buscan mucha información en internet y vimos que él manejaba mucha información acerca de la enfermedad y, la verdad, fue un gran apoyo".

El proceso de adopción, un mal recuerdo

Carolina considera que el proceso de adopción duró demasiado. La intervención de las trabajadoras sociales la dejó totalmente frustrada. En una ocasión por el tipo de preguntas que le hicieron al niño y después porque perdieron la documentación del trámite que realizaba, lo que extendió el proceso de adopción.

"Una vez, por ejemplo a modo de anécdota, fuimos al parque y el niño estaba jugando con los sobrinos, y se subió a un árbol y se rasmilló toda esta parte de la cara", cuenta mientras toca con la palma de su mano su mejilla izquierda, "y tenía aquí como ahorcado, las marcas de la caída que fue fuerte", explica mientras señala su cuello. "Cuando vinieron las trabajadoras sociales, le preguntaron a mi hijo: '¿Quién te ha pegado?', entonces fue un poco frustrante porque uno tiene el deseo de querer a un niño, de educarlo, obviamente no con violencia; pero él estaba confundido y no sabía si decir o no qué le había pasado. Eso fue lo que más me incomodó, además, el proceso es larguísimo", relata Carolina con algo de tristeza y decepción.

A pesar de que las trabajadoras sociales realizaron los respectivos controles e hicieron el seguimiento, perdieron documentos que eran importantes para el trámite de adopción. La documentación perdida incluía los requisitos que pedía el Sedeges a la pareja para poder adoptar.

"Los seguimientos, los cursos que nos piden que hagamos. En ese entonces el Sedeges nos pedía que hagamos cursos para padres, eso se ha perdido, también fotografías que nos piden y las entrevistas, los documentos médicos también que nos piden para ver si hacemos o no un seguimiento en el caso del niño por la enfermedad".

"Han perdido también información, documentación nuestra que hemos tenido que repetir, pero sí, ha habido el seguimiento aunque no muy ordenadamente, no muy responsablemente y algunos seguimientos también que nos han caído de sorpresa porque han visitado la escuela y nuestra casa un día que no nos habían dicho, pero ha ido bastante bien; aunque es tedioso y es como que presionan también".

El extravío de esta documentación provocó que el proceso de adopción se extendiera, ya que la pareja debía armar nuevamente los folders con los documentos que les exigían, lo cual a su vez implicó un doble gasto de dinero y tiempo.

"Nos ha afectado en tiempo y dinero porque estas consultas médicas sobre todo se pagan en el Sedeges, se paga el costo de las fotografías porque es volver a hacer revelar, volver a buscar, volver a crear prácticamente los folders".

Cuenta Carolina

Carolina identificó como el mayor problema que ella atravesó el tiempo de duración del proceso. "El tiempo yo creo que debería ser más corto, quizá que dure un año o seis meses porque después inscribirlos a la escuela también es un problema porque entran con un apellido y después de que concretas la adopción hay que cambiarlo y para ellos es muy frustrante porque algunos de sus compañeros les siguen llamando como antes. Son cosas también que habría que pensar para poder apoyar a nuestros hijos".

Aprendizaje

Carolina sostiene que esta experiencia ha sido obra de Dios. "Yo soy una persona creyente y creo que los destinos de Dios son maravillosos, a veces te sorprenden. En algún momento, Gianluca y yo queríamos tener otro hijo y llegó él, y luego fuimos intentando y no lo logramos; pero somos felices porque tenemos dos hijos maravillosos y considero que es la mano de Dios en todo esto".

Mientras los ojos le brillan de la emoción, Carolina expresa la alegría que es para ella tener un hijo del corazón. "El amor hacia estos niños es el mismo que tener un hijo propio, incluso diría un poco más. Tener un hijo del corazón es superlindo y no siempre el lazo sanguíneo es lo que marca".

Ella invita a que las personas que desean adoptar se animen por fin a hacerlo.

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