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Estábamos a unas semanas de nuestra graduación, cuando mi mejor amiga se embarazó...

En colegio nos habían dado clases de educación sexual, donde en un video nos habían mostrado, en dibujos animados, cómo los espermatozoides -unos bichitos con cabeza y cola celestes, alegres y con un corbatín guindo en el cuello- fecundaban el óvulo -un círculo rosado con cara muy sonriente y una moñita lila en la cabeza-. También nos habían dicho que masturbarse era malo y que tener relaciones sexuales antes del matrimonio era un pecado.

Todo eso nos habían dicho, pero nunca nos habían explicado cómo se utilizaban los condones, las pastillas anticonceptivas o cómo funcionaba exactamente nuestro ciclo menstrual y qué días de nuestro ciclo eran los que podíamos quedar embarazadas. Hablar de cualquiera de esos temas era un completo tabú para todas nosotras.

También nos dijeron que nuestros cuerpos eran el templo de nuestra alma y muy importante, lo siguiente también nos lo repitieron en casa la mayoría de nuestras mamás y papás: “El hombre llega hasta donde la mujer le permite llegar”.

Y con esas frases, oleadas y sacramentadas, y esos dibujos animados, los adultos responsables por nuestra educación integral dieron por completada nuestra educación sexual y supongo que cruzaron sus dedos y nos encomendaron a todos sus santos para que nosotras no nos embaracemos y nuestros hermanos no embaracen a ninguna muchacha.

Daniela me dijo que tenía el periodo retrasado ya varias semanas y no sabía qué hacer. Tenía muchísimo miedo de hablar con su madre. Al salir del colegio, la acompañé a comprarse una prueba de embarazo en la farmacia. La farmacéutica nos dijo que lo mejor era que se lo haga a primera hora por la mañana. Para acortar la tarde, nos sentamos en nuestra banca favorita del parque a esperar que anochezca. Esa noche, dormí con el teléfono bajo mi almohada.

Daniela me llamó a las siete de la mañana, lloraba y casi no podía hablar al otro lado del teléfono. Unos minutos antes había hablado ya con su novio, Fernando, quien le había responsabilizado por todo y le había dejado muy en claro que ella no tenía derecho a quitarle su futuro, justo ahora que acababa de ganar una beca para irse a estudiar al extranjero.

Nos encontramos en la puerta del colegio. Fernando, quien ya estaba en la universidad, le había dicho que esa mañana tenía un examen muy importante y que no podía faltar, pero le dio el teléfono del Dr. A. y le dijo que él le ayudaría en todo.

Cuando llamamos al consultorio, la secretaria, en un tono casi teatral, nos dijo que no atendían ese tipo de consultas por teléfono. Nos quitamos los guardapolvos del colegio, los metimos en nuestras mochilas y tomamos un trufi con dirección a la Plaza Murillo. Muy angustiadas ingresamos al consultorio que estaba en el piso 10 de un edificio, en pleno centro de la ciudad, a plena luz del día.

Aunque yo no sabía muy bien lo que iba a pasar, estaba aterrorizada.Me imagino que Dani lo estaba aún más. Esperamos en una antesala oscura y silenciosa. El Dr. A. finalmente abrió la puerta y salieron dos muchachas jóvenes de su consultorio, una de ellas lloraba. Nos invitó a pasar.

Mi amiga, entre sollozos, empezó a explicarle la situación al Dr. A., quien impacientemente la interrumpió y le dijo que no tenía de qué preocuparse, que era un procedimiento seguro y casi de rutina, por eso ni siquiera tenía que realizarlo en la clínica, que él se encargaría de todo, ahí mismo en su consultorio, que en menos de 15 minutos saldría de allí mismo caminando, como si nada hubiera pasado.

Le pidió que se pusiera la bata, se quitase toda la ropa de cintura para abajo y lo esperase recostada en la camilla. A mí me pidió salir del consultorio. Los primeros gritos de Daniela fueron por los pinchazos de la anestesia local y los siguientes fueron por el dolor en el vientre provocado por los movimientos de esa máquina trituradora.

Cuando salió la abracé. Ni siquiera recuerdo habernos despedido del Dr. A. o de la secretaria. Yo solo quería salir de allí con mi amiga viva y lo más rápido posible, “como si nada hubiera pasado”. Seguramente, si el Dr. A, que practicó cientos de abortos inseguros en su consultorio, tan solo hubiera sufrido uno de ellos en carne y alma propia, se hubiera ahorrado esa última frase –repetida de memoria- en todas sus consultas, porque no puede garantizar a alguna mujer que pueda salir de un aborto ni vivir después de un aborto “como si nada hubiera pasado”.

Pasamos la tarde en su casa. Su madre trabajaba y sus hermanos nunca estaban. Ella tenía muchísimo dolor en el vientre y sangraba bastante. Llamamos un par de veces al consultorio y la secretaria nunca nos comunicó con el Dr. A. Nos dijo simplemente que el sangrado era normal, que tenía que tomar los calmantes que el Dr. le había prescrito y esperar. También llamamos muchas veces a su novio, pero nunca nos contestó. Daniela estaba muy triste y adolorida. Después de las seis de la tarde, Daniela me pidió que me vaya antes de que su mamá llegara del trabajo, para que no sospechara nada, que ella le iba a decir simplemente que se sentía un poco resfriada y por eso se había metido en cama temprano.

Esa noche, los dolores en el vientre y la hemorragia se intensificaron. Daniela pasó horas horrorosas sumida en un delirio de miedo, soledad y dolor hasta quedarse finalmente dormida en la oscuridad de la noche. Al día siguiente, cuando su madre entró en su habitación, encontró a su única hija, tendida sobre un charco de sangre, perdida en un sueño del que nunca más despertó.

El acceso a un aborto legal, libre y seguro es uno de los temas más controvertidos actualmente en el mundo y, sin duda, en Bolivia, y a pocos días de las elecciones presidenciales, ha sido uno de los temas sobre el que ninguno de los candidatos se ha animado a emitir una opinión clara al respecto.

Es lamentable que cuando se pone este tema al centro del debate, los argumentos se ven normalmente empañados por la desinformación sobre las verdaderas y fatales repercusiones de restringir el acceso a este servicio de salud básico. Por ello, Amnistía Internacional publicó recientemente un punteo de algunos datos clave sobre el aborto, que me gustaría compartir en este espacio para que nuestras mejores amigas, hijas, hermanas y madres dejen de morir a causa de un aborto inseguro:

1.     Se tienen abortos en todo momento, con independencia de lo que dicte la ley

Poner fin a un embarazo en una decisión que cada día toman miles de mujeres, niñas y adolescentes en el mundo. Se calcula que el 25% de los embarazos en el mundo termina en un aborto. Y esto sucede independientemente de si el aborto es legal o no.

Cuando el aborto es practicado en un centro de salud con personal capacitado y con todas las medidas necesarias de salubridad, es uno de los procedimientos de salud menos riesgosos que existe, inclusive menos que el parto.

Sin embargo, cuando la legislación penaliza el aborto, las mujeres que lo necesitan se ven obligadas a recurrir a centros clandestinos y mafias que lucran con este procedimiento, poniendo en riesgo su salud. De acuerdo a la OMS, las complicaciones de un aborto mal practicado constituyen una de las principales causas de muerte materna tras provocar hemorragias o infecciones fatales.

2. Penalizar el aborto no lo impide, solo hace que sea menos seguro

Penalizar el aborto no hace que mujeres, niñas y adolescentes dejen de hacerlo, simplemente las obliga a someterse a abortos inseguros. Según la OMS, los abortos inseguros son la tercera causa principal de muerte materna del mundo y dan lugar, además, a cinco millones de discapacidades, en gran medida evitables. La OMS calcula que todos los años se realizan al menos 22 millones de abortos inseguros en el mundo y la mayoría de ellos ocurre en los países en desarrollo. De acuerdo a los datos de grupos activistas, en Bolivia ocurren 80.000 abortos clandestinos cada año.

3. Casi todas las muertes y lesiones por aborto inseguro son evitables

Las muertes y lesiones causadas por abortos inseguros son evitables, pero aún así estas muertes son muy comunes en los países donde el aborto está limitado o prohibido por ley.

Sin embargo, las muertes por aborto inseguro son muy comunes en los países donde el acceso al aborto está limitado o prohibido por completo, pues la mayoría de las mujeres y las niñas que necesitan interrumpir un embarazo, no pueden acceder legalmente a él.

En Bolivia, las cuatro causales de aborto legal son: cuando la vida de la madre está en riesgo y el embarazo signifique peligro para su salud integral, cuando se detecten malformaciones fetales, cuando el embarazo sea producto de una violación o incesto y cuando la gestante sea niña o adolescente.

4. Penalizar o restringir el aborto impide a los profesionales de la salud prestar atención básica

La penalización del aborto impide que los médicos puedan realizar su trabajo de la mejor manera posible y atender a las mujeres que necesiten interrumpir su embarazo, de la manera más responsable en términos de salubridad y con todas las consideraciones éticas.

La penalización del aborto tiene un efecto disuasorio, que puede hacer que los profesionales médicos no comprendan los límites de la ley o apliquen las restricciones de manera inclusive más estricta de lo dispuesto en ella, tal como señala Amnistía Internacional.

Este es el caso que ocurrió en junio de este año en Santa Cruz, cuando una adolescente de 14 años que había quedado embarazada, producto de una violación, quiso interrumpir su embarazo; pero los médicos del Hospital de la Mujer Percy Boland declararon objeción de conciencia y, en lugar de practicarle un aborto seguro y bajo el amparo de la ley, le obligaron a realizar un parto prematuro.

Finalmente, penalizar el aborto impide o limita que las mujeres que se han visto obligadas a realizarse un aborto inseguro y presentan síntomas de infección, hemorragias u otras complicaciones, puedan acudir a un centro médico para ser atendidas.

5. El acceso al aborto sin riesgos es una cuestión de derechos humanos

Tal como señala Amnistía Internacional, el acceso a servicios de aborto sin riesgos es un derecho humano, puesto que de acuerdo al derecho internacional de los derechos humanos, toda persona tiene derecho a la vida, a la salud y a no sufrir violencia, discriminación ni tortura y tratos crueles, inhumanos y degradantes.

Nadie, bajo ninguna circunstancia puede obligar a una mujer, niña o adolescente a mantener un embarazo no deseado ni a buscar un aborto inseguro. Y cuando los gobiernos lo hacen a través de la legislación que penaliza el aborto, están incurriendo en una violación a los derechos humanos más fundamentales, incluidos los derechos a la intimidad y a la autonomía física.

Definitivamente, el acceso al aborto legal y seguro está ligado a la protección y el respeto de los derechos humanos de las mujeres, niñas y adolescentes, y a la justicia social y de género.

Por Daniela, por todas nuestras amigas, hermanas, madres y abuelas que tuvieron que someterse a abortos inseguros, por las hijas que tenemos o que tal vez algún día tendremos, también por nosotras, pero sobre todo por todas las mujeres, niñas y adolescentes más afectadas por la pobreza, la violencia y las distintas formas de discriminación, por aquellas a las que les han quitado la voz, es nuestro deber y obligación, alzar la voz bien alto y gritar:

¡¡Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir!!

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